La masacre de un dentista disfrazado de policía
- 16/03/2025 00:00
Lo que comenzó como un aparente conflicto doméstico se transformó en una cacería humana
La noche del 18 de abril de 2020, un pequeño pueblo de Nueva Escocia, Canadá, se convirtió en escenario de una de las tragedias más impactantes en la historia del país. Un hombre, disfrazado de policía, recorrió varias comunidades dejando a su paso un rastro de horror y muerte. Lo que comenzó como un aparente conflicto doméstico se transformó en una cacería humana que duró horas y sembró el miedo en una provincia donde la violencia de este tipo era prácticamente inexistente.
El atacante, identificado como Gabriel Wortman, era un dentista con una vida aparentemente normal. Tenía su propia clínica y, para muchos de sus vecinos, era un hombre afable, aunque con ciertos comportamientos extraños. A lo largo de los años, había acumulado una serie de obsesiones que pocos conocían, entre ellas, una fascinación enfermiza con la policía. Poseía uniformes, equipamiento y hasta había modificado una patrulla para que se asemejara a las de la Real Policía Montada de Canadá. Con este disfraz, aquella noche llevó a cabo su plan.
La pesadilla comenzó en la tranquila comunidad de Portapique. Los primeros disparos se escucharon en una residencia donde el atacante inició su ataque. Testigos llamaron a las autoridades, pero cuando llegaron, el agresor había desaparecido. En la noche comenzó a moverse de un punto a otro, sorprendiendo a sus víctimas y dejando tras de sí un panorama desolador. Algunas casas fueron incendiadas y la confusión reinó entre los habitantes, que no comprendían lo que estaba ocurriendo.
Los relatos de los sobrevivientes y testigos reconstruyen una imagen aterradora: un hombre vestido de policía deteniendo autos en la carretera, llamando a las puertas de las casas y eliminando sin piedad a quienes encontraba. Su estrategia fue tan efectiva que, durante horas, la policía no pudo identificarlo ni frenar su recorrido de destrucción. Las noticias se propagaron con rapidez y la desesperación creció entre los residentes, quienes se atrincheraron en sus hogares sin saber si serían los próximos.
Mientras tanto, las redes sociales estallaron con mensajes de pánico. Muchos habitantes pedían información sobre lo que estaba ocurriendo y alertaban sobre la presencia de un hombre armado. Sin embargo, la comunicación oficial de las autoridades fue lenta y confusa, lo que aumentó la incertidumbre. Se habló de múltiples escenas del crimen dispersas en distintas localidades, lo que hizo que los cuerpos de seguridad tardaran más en conectar los hechos y ubicar al asesino.
Las autoridades tardaron en reaccionar. El ataque se prolongó hasta la mañana siguiente, cuando la policía finalmente logró dar con el paradero del asesino. Lo hallaron en una gasolinera, lejos del punto donde había iniciado su masacre. Un enfrentamiento con los agentes terminó con su vida, cerrando así un capítulo de terror que dejó una profunda cicatriz en la sociedad canadiense.
En los días posteriores, las investigaciones revelaron detalles escalofriantes sobre el asesino y sus motivaciones. Su historia estaba marcada por una infancia difícil y relaciones personales problemáticas. Se descubrió que había hecho preparativos durante meses, adquiriendo armas de manera ilegal y elaborando un plan meticuloso. También se reveló que varias personas de su entorno habían notado su comportamiento errático, pero nadie imaginó lo que estaba por venir. Las autoridades recibieron críticas por su lenta respuesta y por no haber detectado señales previas que pudieron haber evitado la tragedia.
El impacto en ese rincón de Canadá, conocido por su tranquilidad y paisajes pintorescos, nunca había vivido algo similar. Las familias de las víctimas, la comunidad y el país entero quedaron en estado de shock. Se realizaron homenajes y vigilias, y el gobierno tomó medidas para evitar que un evento de esta magnitud se repitiera. Se revisaron leyes sobre posesión de armas y protocolos de emergencia, pero para muchos, el daño ya estaba hecho.
El caso de la masacre dejó al descubierto fallos en el sistema, desde la capacidad de respuesta de la policía hasta la facilidad con la que el asesino obtuvo su arsenal. También puso en evidencia cómo alguien puede ocultar su verdadera naturaleza tras una fachada de normalidad. La historia de este ataque sigue resonando en la memoria colectiva de Canadá, un recordatorio de que la violencia puede surgir en los lugares más inesperados.
Las secuelas de este crimen aún se sienten en la región. Las comunidades afectadas han intentado reconstruirse, pero el miedo y la incertidumbre persisten. La tragedia marcó un antes y un después en la percepción de seguridad en el país, y las autoridades continúan analizando qué pudo haberse hecho de manera diferente.
Aunque han pasado años desde aquel fatídico día, el recuerdo de las víctimas sigue vivo en la memoria de sus seres queridos. En muchas de las casas donde ocurrió la masacre, aún quedan cicatrices visibles de los incendios y de los destrozos. Algunos vecinos han decidido mudarse, incapaces de vivir con el peso de lo sucedido. Otros, en cambio, han optado por transformar su dolor en acciones concretas, promoviendo cambios en las políticas de seguridad y creando espacios de apoyo para quienes han vivido tragedias similares.
La historia de la masacre de Nueva Escocia es un testimonio de hasta dónde puede llegar la locura humana cuando no es detectada a tiempo. Un episodio que quedará para siempre en la historia negra de.