El horrendo final de las tres jóvenes argentinas
- 05/10/2025 00:00
En el borde polvoriento del conurbano bonaerense, donde la luz de los faroles apenas araña la oscuridad y las promesas se hacen con voz suave y cuchillo en la cintura, una camioneta blanca esperaba. No tenía logotipos, ni placas. Solo un destino.
A las 21:30 del 19 de septiembre de 2025, Brenda del Castillo, Morena Verri y Lara Gutiérrez subieron a ese vehículo sin saber que estaban firmando su sentencia de muerte.
Tenían 20, 20 y 15 años. Tres vidas con futuro que fueron arrancadas del mundo y ofrecidas como sacrificio moderno, no en un altar, sino en una red social.
Las llevaron a una casa alejada, sin ventanas, a unos 18 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
Las paredes no hablaban, pero una cámara lo grababa todo. No era un secuestro silencioso. Era un evento.
Según informaron las autoridades, una organización internacional de narcotráfico había planeado el crimen como castigo: una de las víctimas, se sospecha, habría robado un pequeño paquete de droga. En su lógica enferma, no bastaba con matar. Había que dejar un mensaje. Uno grabado, compartido y temido.
La transmisión comenzó.
Gritos. Suplicas. Risas sordas al otro lado del teléfono. Nadie interrumpió. Nadie denunció.
Los verdugos torturaron a las chicas con una saña que estremecería incluso a los muertos. Las golpearon. Las apuñalaron. Las humillaron. Hasta que ya no pudieron gritar. Hasta que el silencio fue definitivo.
Al día siguiente, no había cuerpos. Solo rumores. Las familias denunciaron la desaparición. Y el horror aún no había terminado. Días más tarde, los cuerpos aparecieron en bolsas de plástico, enterrados en un jardín. Como basura.
Brenda, Morena y Lara no murieron en secreto. Murieron frente a una audiencia. Y eso fue lo que sacudió al país.
En Argentina, donde la violencia narco aún no tiene el rostro cotidiano de otras naciones, este triple crimen no fue solo un hecho policial. Fue una señal. Un salto al abismo. Una advertencia filmada, montada y distribuida por quienes ya no se esconden, sino que transmiten en vivo.
El ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, lo dijo claro:
“Lo podemos llamar un ajuste de cuentas. Una venganza narco”.
Entre ellos Tony Valverde Victoriano, conocido como ‘Pequeño J’, acusado de ser el autor intelectual del violento asesinato. Muchos más implicados. Y una red criminal que usa las redes sociales como campo de batalla, donde cada muerte es un espectáculo.
Los fiscales hablan de terrorismo digital. Los políticos piden leyes más duras. El presidente Javier Milei promete castigar con mano de hierro.
Pero la justicia no resucita. No recompone cuerpos ni limpia pantallas.
Mientras tanto, el grito de “¡justicia!” estalló en las plazas, las escuelas, las radios.
Un país entero se estremeció.
Pero entre las sombras, donde las redes se tejen con sangre y silencio, otros teléfonos esperan.
Otros shows macabros se preparan.
Y la muerte, ahora, tiene Wi-Fi
Las víctimas tenían rostro, un nombre, una historia. Brenda del Castillo tenía 20 años y era madre de un niño de apenas 1 año.
“Era una nena buena y ninguna de las tres se merecía terminar como terminaron”, dijo la madre de Brenda desconsolada, con el corazón hecho pedazos. Vivía con su madre, su hijo y sus hermanos menores en La Tablada.
Morena Verdi, era prima de Brenda, también tenía 20 años, residía en Ciudad Evita, con su madre y sus dos hermanos pequeños.
Lara Morena Gutiérrez era la más joven del grupo. Tenía solo 15 años y vivía con su abuela. Los domingos asistía a una iglesia evangélica.