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Panamá

Panamá: la ciudad espejo del mundo

Panamá: la ciudad espejo del mundo
Sharon Pringle

El investigador Edwin Fernández.

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lunes 13 de mayo de 2019 - 12:00 a.m.
Sharon Pringle Félix
redaccion@elsiglo.com.pa

Panamá es una ciudad cosmopolita. Las estadísticas dan cuenta que el año 2017, mostró un movimiento migratorio de tres millones 20 mil 461 entrantes

Una tarde, mientras camino por la avenida Perú, escucho cómo el acento español de quien oferta viernes de paella en el restaurante de una esquina, se cruza en un saludo amistoso con un inglés que trae una papa rellena colombiana bailando de calor en sus manos. Al frente, una indostana vende con sus ojos dulces muestras de perfumes en cajitas, al rato que saluda al asiático dueño de la fonda* (1) vecina. Todos, extranjeros, se nacionalizan con un popular saludo del ‘qué xopa'* (4).

Panamá es una ciudad cosmopolita. Las estadísticas dan cuenta que el año 2017, mostró un movimiento migratorio de tres millones 20 mil 461 entrantes, de las cuales salieron dos millones 734 mil 890, es decir, 285 mil personas se quedaron en Panamá, siendo la capital el sitio elegido por muchos, y donde reside un millón y medio de personas.

Panamá, con poco más de cuatro millones de habitantes, es un país históricamente receptor, de eso dan cuenta las oleadas de inmigrantes durante la construcción del Canal Interoceánico por los franceses, a inicios del siglo XIX, y en la época de la construcción del Canal por los estadounidenses. Y desde mucho antes estaban las migraciones por los problemas en Europa, y en la época del oro de California, por lo que podría decirse que Panamá siempre ha estado en tránsito.

Tras la historia

Hazaara, -indostana-, calla la mayor parte del día, siempre me saluda con esa mirada tierna que invita a comprarle una de las bufandas que tiene sobre el gancho de ropa o los tubitos de incienso que te devuelven a la Cuaresma. Estratégicamente, se ubica en el pasillo de un edificio en Perejil, desde hace 18 años, con su mesa bien poblada que comparte entre semana con su esposo, quien no tiene ojos dulces, pero de seguro vende. Esta pareja lleva 38 años en la ciudad de Panamá, hablan poco castellano, y su idioma natal.

Los inmigrantes de la India se remontan a la construcción del ferrocarril que uniría el mar Caribe con el océano Pacífico (1850). El estilo de vida de los indostanes cambió después de establecerse, eso contaba un señor al que Hazaara llamó Magda, quien se acercó a la escena de venta-entrevista. En un castellano remendado, explicó metiéndose en la tertulia hay cosas que han ido cambiando, la alimentación, el matrimonio y el lenguaje, somos ‘indú-panameños', dijo al paso que se subía a un auto usado de esos que se venden en grandes patios, lo decía el letrero rojo y blanco adherido al parabrisas.

Hazaara tenía el afán de vender, al paso que me alejaba recordé el monumento de Mahatma Gandhi, en la Plaza 5 de Mayo, y me dirigí al lugar con el sabor de la India, en las calles enladrilladas saludé a ecuatorianos, peruanos, chilenos y, al llegar a la avenida Central, de planazo viajé al Caribe. La voz melodiosa del vendedor de vegetales anunciaba un dominicano en plena faena, quien alertaba que tenía los vegetales más frescos. Era cierto, los pimentones brillaban de verdor, las cebollas y los tomates relucían, los plátanos invitaban a una buena pataconada* (2).

‘¿Qué quiere sabé? Soy un hombre trabajador, de sol a sol, no le hago daño a nadie, tengo hijos panameños', manifestó mientras arrugaba la frente en señal de que no era cómoda mi presencia.

En un santiamén vi cinco ventas de quien dijo llamarse Teodoro, tanto él como yo sabíamos que no era su nombre real, la cercanía de presencia policial migratoria, y su cambio de acento, me hizo comprender que desafiaba los imprevistos en clave de camaleón. El trabajo informal está restringido para extranjeros ilegales.

¿Cuántos Teodoros habrá en la ciudad Panamá? El investigador Edwin Fernández bromea al apuntar ‘nosotros intentamos contarlos, pero ellos no nos lo cuentan', hay personas que llevan años viviendo sin regularizarse y en trabajos informales, son parte de la dinámica de vida de una ciudad donde muchos se quieren quedar.

Cuando las miradas hablan

Los ojos de los migrantes narran historias, como la forma de observar de la ‘Niña Alis', ella hace las mejores pupusas* (3) que he probado. En 2013, vino huyendo de la violencia en El Salvador. Ha logrado un trabajo como recamarera que, aunque manifiesta es duro, le alegra saber que sin importar la edad siempre encuentra trabajo.

Miriam Augusto, tiene ojos felices y cuando recuerda se le iluminan. Llegó a Panamá en 1974, casada con un cantante panameño. Había hecho planes de irse a Chile en la época de Allende, pero hubo el golpe de Estado y asesinato de éste y decidieron vivir en la ciudad de Panamá. Desde que piso tierra panameña se dedicó al teatro, creando la Compañía de Teatro Cataplún, llevando un mensaje de menos violencia. Luego decidió devolverse a Brasil por 15 años y retornó hace cuatro. Ahora trabaja en la Dirección de Cultura del Municipio de Panamá. Enseña teatro a personas que atienden comunidades menos favorecidas. Ella reconoce que en el espíritu alegre de los panameños, la música y la comida, encuentra similitud con Brasil.

Y es que la gastronomía en Panamá atrapa, la variedad, permite viajar en un plato al país que guste el comensal. A Laura Marcos, una española quien vino en 2009 por motivos laborales, le encanta la carimañola, la ensalada de papa y el arroz con pollo ‘es parecido a la paella valenciana', sonríe. Al llegar, esta antropóloga, consiguió un trabajo por nueve meses en una agencia de cooperación. Hoy coordina el abordaje del tema de niñez migrante para Latinoamérica en un organismo internacional, y participa de una organización feminista. Laura es otra cara de la migración. En Panamá, se asientan las oficinas de un número plural de organismos internacionales y, con ello, una nueva forma de convivencia.

Esa otra forma de vivir en Panamá, es la que atrapó a Cris Lombana. Todas las mañanas, es un gusto escucharla en el programa radial Café 10, por los 88.1 FM. Nacida en Cartagena, llegó en 2001, cuando su padre, escultor, fue invitado a hacer un monumento para un evento internacional. Él se quedó y trajo a Cris, a su hermana y su madre, lejos de la convulsionada Colombia que atravesaba secuestros por parte de la guerrilla.

‘Como hago radio desde 1980, seguí haciendo mi oficio de toda la vida, y con la llegada a Panamá y al estar en el taller de escultura de mi padre, me atreví a hacer lo que siempre me negué: modelar en arcilla, y me descubrí escultora. Además, con mi hermana hacemos muñecas de trapo bajo la marca Gente de Colores. También como gestora cultural organizo actividades', explica.

Las calles de Cris no son las mismas para todos y todas. Aun siendo chiquita, la ciudad de Panamá es un acertijo en la que se pueden encontrar mil historias más, como la de Jean Maurice Posner, que parece sacada de libro de viajes. ‘Moondog, como le apodaron los indígenas pemones, nace en Curazao, antilla holandesa, y crece en tres países: su natal Curazao, España y Venezuela. Hace 15 años, un viento lo tira a ciudad de Panamá, para organizar los negocios de la familia, -que no mencionó-. Es guía de turismo desde hace 40 años y asegura que encuentra similitudes con Venezuela, en cuanto a la comida, el clima y hasta los ritmos con mejorana, -afirma-, tienen una aproximación al joropo. Le conocí en una fiesta nocturna, allí me dijo ‘me encanta la naturaleza de Panamá, y ese crisol de razas, ese es el potencial del país, tanta gente da sabores, colores y sonidos'.

El por qué del encanto

La pregunta obligada es ¿por qué se quedan? Ciudad Panamá tiene problemas similares a toda metrópoli: de recolección de basura, indigentes, personas con patologías mentales y fármaco-dependientes deambulando. Algunos de los aquí convocados no tienen una contestación a esta interrogante, por ejemplo, Laura reconoce que lo que menos le gusta es que la piropeen desde los carros. A Moondog no le gusta ‘el juega vivo', el desorden y a veces le cuestan los ritmos de ejecución, y a la Niña Alis no le gusta ver que tiren basura a los ríos.

Miriam apunta a una respuesta. Para ella existe ese algo que no se descubre fácilmente, que puede ser la gente, el sol o el calor, aunque lamenta que antes era mejor cuando había edificios de máximo 10 pisos, y las personas se podían bañar en zonas que ya no son playas. Para otros tantos será percibir su idioma natal, un castellano que incorpora palabras que no podrían llamarse locales, pero si modismos panameños. Es un vocabulario unificado, una forma de vivir diferente al que hay en la ciudad de Panamá.

Panamá ofrece una forma de vivir diferente, en medio de una diversidad de culturas que, a ratos, parecen tener procesos de adaptación a sus ritmos y formas de convivencia, pero con el denominador de ser una ‘ciudad segura', a veces no percibida por la población local que desconoce que en la región de Centro América, por ejemplo, deambular por las calles es pender la vida en un hilo. En Panamá, aún se puede caminar, y la libertad de hacerlo entre esquinas que son viajes gratis, es el imán donde quedan atrapados quienes llegan a esta ciudad.

Asteriscos

1. Restaurante popular

2. Gran cantidad de patacones, plato que consiste en plátanos verdes fritos y aplastados.

3. Plato típico salvadoreño, hecho de una tortilla rellena de maíz blanco frijoles y diferentes ingredientes como queso, la planta de loroco, chicharón u otros.

4. Saludo popular panameño, significa ¡qué pasó al revés!

Soy un hombre trabajador, de sol a sol, no le hago daño a nadie, tengo hijos panameños', expone Teodoro
 
Como hago radio desde 1980, seguí haciendo mi oficio de toda la vida, y con la llegada a Panamá y al estar en el taller de escultura de mi padre', expresa Miriam
 


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