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Panamá

Entre Murakami y los vendedores ambulantes

Entre Murakami y los vendedores ambulantes
LG / El Siglo

Los trabajos informales aumentan cada día en Panamá y muchos hacen milagros para ganarse el pan.

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domingo 1 de septiembre de 2019 - 12:00 a.m.
Leadimiro González C.
lgonzalez@elsiglo.com.pa

Las mil maneras que tienen los panameños desempleados para ganarse la vida

Es un viernes al mediodía. Estaba sentado frente a una mesa en un conocido restaurante de La Peatonal. Tomo un café con leche y leo una novela de Murakami: La muerte del Comendador.

A pesar de que los comensales conversan, ríen y la gente camina de un lado para otro, Murakami me tiene atrapado con su estilo y no quiero soltar el libro.

Para mí, no hay nada más placentero en el mundo que sentarme a leer un libro en una cafetería, por más ruidosa que esta sea. Además, mientras se lee y uno hace pausa, puede encontrarse con un sinfín de personajes que entran y salen.

Como este vendedor de música que entra al local. Trae un montón de cidis en las manos.

-¡Música, películas!– grita a todo pulmón.

Se detiene frente a la gente ofreciendo sus mercancías, pero nadie le compra y se va con las manos vacías. Pienso que debe tener hambre. Pienso en lo difícil que se le hace para algunas personas ganarse un dólar día a día.

Al rato entra otro hombre. Este ofrece perfumes. Ya lo conozco, alguna vez le compré. Son dos, creo que son hermanos. A veces se sientan juntos a charlar mientras esperan ‘caerle' a un posible cliente.

El tipo se me acerca.

-Tengo este perfume para usted a 10 palos- me dice.

Le digo que no, con un movimiento negativo con la cabeza.

Se va y se detiene en otro puesto. Tampoco le compran.

Vuelve a sentarse en la mesa y observa a la gente. Tal vez en la próxima tenga más suerte.

Vuelvo a concentrarme en Murakami. Pero la voz de una mujer que se me acerca me saca de la lectura.

-Buenas tardes, caballero- me dice, tengo estas pulseras para su esposa o para usted.

Levanto la vista. Tiene cara de extranjera.

-No le estoy vendiendo, deme lo que usted quiera como una contribución- me solicita la mujer.

Reviso el bolsillo del pantalón y le doy un Martinelli.

-¿Cuál quiere? Indaga-.

-Esta-.

Separa la pulsera y me la amarra al brazo derecho.

-Gracias- y se va.

Vuelvo a sumergirme en la novela de Murakami. 15 minutos después entra otro vendedor de perfumes. Se acerca a una dama que almuerza con sus dos pequeños hijos un plato de sopa y arroz.

Le muestra el frasco dentro de su envoltorio.

-Barato para ti- le dice. La mujer se ríe y dice que no. El vendedor de perfumes no se desanima y se acerca a otro comensal. Ellos tienen su propia estrategia para vender sus productos. Buscan a sus compradores potenciales, cuando los ubican piden permiso y se sientan con ellos y tras unos breves cruces de palabras le dicen que le dé 15 dólares, pero cuando ven que el cliente duda un poco, se lo rebajan hasta en $8 o 5 dólares.

Durante el tiempo que estuve sentado leyendo la novela de Murakami entraron al restaurante media docena de vendedores ambulantes.

La última en llegar, antes de retirarme, es una señora de unos 60 años. Llegó arrastrando un maletín rosado y cargando un bebé de unos seis meses de nacido. Se acercó a los clientes y les mostró unas galletas que cargaba en una cartera.

Después entró un hombre que me recordó al líder indio Mahatma Gandhi. Él ofrecía tarjetas con pensamientos.

-Es para apoyar a los niños- me aseguró.

Otro entró que ofrecía mensajes bíblicos y chocolates.

-¿De dónde vienes?- le pregunto

-De Colón, responde.

-De tan lejos y dime ¿cómo van las ventas?

El hombre me mira y suspira.

-Siempre se vende algo, siempre sale algo para echarle a la paila- me responde con optimismo. Lo veo alejarse y cierro el libro de Murakami.

Según cifras de la Contraloría General de la República, la tasa de desempleo se incrementó a 6.4% en lo que va de 2019 , es decir, hay 13,103 personas más sin empleo en el país.
 


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