Panamá
Él no fue un fotógrafo más, fue uno de los maestros del lente, el padre de la crónica roja en Panamá
“Se murió Buenevantura”, me dijo en su correo de voz mi amiga Joany De Gracia. La noticia me cayó como un cubo de agua fría. En ese instante de aturdimiento me llovieron un montón de recuerdos de Manuel Buenaventura, con quien tuve el placer de trabajar en la sección de crónica roja de El Siglo, donde aún sigo laborando.
Me senté en mi silla favorita en el garaje de mi casa y las lágrimas se asomaron. La última vez que lo vi fue en agosto de 2011, precisamente en la entrada del cuarto de urgencias del Hospital Santo Tomás, donde todos los días Buenaventura acostumbraba a sentarse, mientras fumaba un cigarrillo, a esperar algún caso policivo con su inseparable compañera, una cámara Pentax colgado en el cuello y un chaleco negro.
“Este es un oficio que no lo cambiaría por nada”, me dijo una vez cuando lo entrevisté en enero de 2000 para una nota.
En esa nota que rescaté de los viejos periódicos que aún conservó, Buenaventura aparece sentado en su vieja moto, su fiel compañera, como lo fue el caballo Silver para El Llanero Solitario, en busca de aventuras, en este caso, cubrir las noticias policivas.
“Tomar fotos para la crónica roja no ha sido nada fácil”, me confesó en aquella ocasión llevándose el cigarrillo a la boca.
No era fácil sobre todo porque se encontraba con muchos familiares de las víctimas que se molestaban y terminaban insultándolo.
“Yo sé que a nadie le gusta que le tomen fotos a sus familiares, pero yo lo hago, es parte de mi trabajo. Este trabajo es muy peligroso porque uno tiene que pelear contra la policía, con los fiscales y los familiares”, subrayó.
Una de las fotos más violentas que Buenaventura recuerda que tomó, fue el caso de la joven Amparo Morales , quien fue descuartizada por sus asesinos en Los Libertadores.
Otras fotos que recuerda con orgullo fueron las que tomó el 20 de diciembre de 1989 durante la invasión de soldados estadounidenses a Panamá. Esas imágenes fueron utilizadas en un documental que realizó una gringa y que fue difundido en todo el mundo.
En esa entrevista Buenaventura me confesó que le gustaba su oficio y que moriría trabajando en la crónica roja.
En el hospital Santo Tomás, que era su segundo hogar, Buenaventura era muy conocido entre el personal que trabajaba en ese hospital. Todos lo apreciaban y saludaban.
Llegaba en la mañana y se retiraba casi en la tarde. Había días que no lograba capturar ningún caso, pero en otras ocasiones, como un hábil cazador, lograba conseguir esa foto que al día siguiente sería la portada de El Siglo.
Una vez le preguntaron por qué se dedicaba a esta profesión de tomar fotos de muertos.
“Porque cuando yo veo que sale la foto en el periódico, en primera plana en grande, con mi nombre, yo me siento orgulloso”, respondió.
Buenaventura no era un fotógrafo cualquiera, cubrió 6 cumbres presidenciales, visitó 18 países, entre ellas Yugoslavia acompañando al general Omar Torrijos Herrera.
José Levy, fotógrafo que en la actualidad cubre la crónica roja de El Siglo, recuerda que su amigo Buenaventura siempre buscaba la exclusividad.
“Varias veces agarraba los muertos en la morgue, le quitaba las sábanas y le tomaba las fotos, ese era el gran Buenaventura”.
Levy añadió que a Buenaventura le gustaba su trabajo y que gracias a él está trabajando en El Siglo, porque Buenaventura lo convenció para que entrara.
Manuel Buenaventura falleció la tarde de ayer tras luchar contra el coronavirus.
Había sido internado el pasado fin de semana en el hospital de Chepo.
Según sus familiares Buenaventura estaba mejorando, pero pese a que aún no podía moverse ni respirar, ayer le dieron salida. Cuando llegó a su hogar empeoró y llamaron a la ambulancia. Esta se dañó en el camino y el reconocido fotógrafo falleció. Los parientes consideran que hubo negligencia y solicitan que se realicen las investigaciones del caso.
¡Hasta luego, Buenaventuras!
72 años
Tenía Manuel Buenaventura al momento de fallecer víctima del coronavirus en su casa