Opinión
No menciono a los otros artistas para evitar ocupar espacios que deben ser para esta inspiración
Cada uno de nosotros pasó por episodios profundos donde el dolor, la carencia, la necesidad y la miseria tocaron alguna vez las puertas. En mi caso, viví esas escenas desde que nací aquel 2 de noviembre de 1955. Y mientras mi mente va arrojando palabras… mis oídos escuchan al Leo Dan de nuestros tiempos con temas llenos de sentimientos. “Un amor cuando se va, siempre tiene una razón”, y por allí sigue el cantante argentino. Es que para mí y para muchos esos fueron tiempos dorados donde los autores y cantantes nos sacaban lágrimas de sangre por la profundidad de las canciones.
No menciono a los otros artistas para evitar ocupar espacios que deben ser para esta inspiración. Esta semana estuve de gira por mi natal La Concepción, capital del distrito de Bugaba y también en David, capital de la provincia de Chiriquí.
Allí llegué cargado de libros sobre los dilemas de mi enfermedad. De esa región salí con miedo el 29 de marzo de 1975 para retornar con menos miedo, más seguridad y con el orgullo del deber cumplido. Me fui a buscar mejores logros académicos. A mis padres les dije que la enfermedad conocida como epilepsia la iba a vencer con la ayuda de Dios y así ha pasado.
Creo que fue a los cinco años de tenerla cuando logré detectar el aura o el anuncio de que los ataques venían. Desde ese momento inicié una lucha mental para evitar que ella explotara en mi cabeza. Mis convulsiones eran muy severas. Y tan es así que mi hermana mayor Analís Hernández González viuda de De Arco me dijo que cuando ella presenció uno de los ataques pensó que yo sería un inútil. Y es que así les ha pasado a muchos que padecen la enfermedad. He visto de cerca a la muerte en cinco ocasiones, pero aquí estoy. Ese Dios no quiere que me vaya todavía. Algún plan especial me tiene.
Por esa razón es que me atreví a contar mi vida en casi 400 páginas para decirles a los enfermos de este y otro mal que la vida no comienza, ni termina con la epilepsia. Me enfrenté a la rigurosidad de las adversidades, a las burlas de mis compañeros de primer ciclo y a una sociedad que ya, siendo profesional, me hubiera cerrado las puertas si tuviera conocimiento de que era epiléptico. El hecho de concursar para ser presentador de televisión me convenció de que tenía que guardar el secreto para los demás. Califiqué como el mejor periodista para presentar las noticias, pero cuando llegamos al momento de las preguntas hubo una que me cortó las alas… ¿Señor Hernández, sufre usted de alguna dolencia? Ya la tenía controlada y eso bastaba para ser sincero. Le respondí al trabajador de recursos humanos que sufría de epilepsia. Hasta allí llegó mi ilusión. El caballero de la empresa me dijo que no podía correr el riesgo que en plena transmisión me diera un ataque fulminante. En ese momento, si estuviera en sus zapatos, actuaría igual.
El miércoles pasado estuve en el teatro de los acontecimientos. El mismo colegio que me vio caer una y otra vez. Los golpes que me daba eran serios, tanto es así en que hubo una ocasión en que mis dientes delanteros quedaron hechos trizas. Recordé cómo mis compañeros se burlaban de mis ataques.
En ese momento no luché contra la corriente. Les dije que la persona que mejor haría la representación de los ataques era el enfermo de epilepsia. Me adueñé del escenario para enseñarles cómo caía, me mordía la lengua, echaba baba por la boca y movía mis músculos con esta fuerza como si fuera el mismo Sansón. Al ver mi comportamiento, los que hoy son mis hermanos y amigos dejaron de burlarse al no encontrar en mí… rechazo, rabia o incomodidad. Durante estos 54 años con la epilepsia jamás me he lamentado… tampoco le he preguntado a Dios… ¿Por qué a mí? Y aunque no lo crean nunca he derramado una lágrima por este sufrimiento.
Hay algo en que hice una pausa y lo subrayé con voz alta y pausada. Le dije a esa juventud que uno de los enemigos más grandes que tienen es la tecnología digital. Pasamos mucho tiempo frente a un celular, computadora, juegos de videos.
Eso ha provocado que se disparen los epilépticos en Panamá y el mundo. La pandemia vino a triplicar los casos debido a que niños, jóvenes y adultos no dejaban descansar al cerebro y frente a ese comportamiento ese órgano ordenó… allí le va una convulsión para que en ese espacio me pueda reiniciar. Hay que dejar que el cerebro descanse. Cumplí la misión en lo que era la Escuela Secundaria de La Concepción hoy llamado el Daniel Octavio Crespo para dirigirme al día siguiente al Instituto David. Ese centro funcionó hasta 1979 como un lugar donde se prepararon a miles de educadores.
En ese colegio estuve entre 1972 y 1974. Allí también fui víctima de burla, pero en menor grado. Los ataques fueron menores para esa época. Le conté a los estudiantes que las metas están allí esperando ser alcanzadas sin importar las condiciones de uno.
Expresé que una de las aspiraciones mayores de un abogado es ser magistrado, el de un doctor, ser ministro de Salud, de un docente, ser ministro de Educación y el de un periodista es llegar a ser secretario de Prensa de un gobierno. ¡Este periodista llegó a ese puesto distinguido y para gloria de Dios el único que ha durado todo el periodo presidencial después de la invasión! Esta declaración no se hizo con el afán de engrandecimiento, sino como una forma de inspirar a los casi 2 mil estudiantes que escucharon mi conferencia en ambos colegios. Me sentí muy feliz al ver a varios egresados de la promoción 1974. Son personas que ya disfrutan de la jubilación y para animarlos y volverlos a ese pasado hermoso inicié mi charla cantando el tema musical del maestro Gonzalo Brenes Candanedo llamado “Lorita real.” Debo reconocer la forma elegante y pausada de mi compañera María Del Carmen Guerra quien con una seguridad nunca vista se encargó de hacer la presentación de rigor.
Hubo tantos eventos esta semana que si los enumero me pasaría del espacio separado. Al principio pensé que este acto no se daría en el Instituto David debido a que no lograba comunicación con la directora… la también colega Nitzia Muñoz. A ella le agradezco la fineza del acto, lo mismo que a la profesora Mónica Vargas. Vargas me dijo que cuando comenzó a leer el libro no pudo parar. En menos de tres días ya se había devorado las casi 400 páginas. Y eso le ha ocurrido a la mayoría de las personas que lo ha comprado. Si usted desea uno lo puede pedir en Cafetear o escribirme o llamarme al 6614-3183. Sin duda alguna es una obra de inspiración de principio a fin. Uno de los puntos más emblemáticos para mí fue cuando pregunté ¿quién de los presentes compraría un auto nuevo, pero le advierten que tiene defectos de fábrica? La respuesta masiva fue de un ¡NO, rotundo! En ese instante llamé a mi esposa para reconocerle, de forma pública, que ella a pesar de saber de mi enfermedad me compró… Nos casamos el 19 de noviembre de 1983 y este año llegamos a los 40 de amarrados en el sagrado sacramento del Matrimonio. También estuvo con nosotros el hijo pequeño Alberto René Hernández Patiño. Aproveché las disertaciones para anunciarle que hace poco se llevó, por primera vez a Chiriquí, la carrera de botes Dragón. Alberto es uno de los impulsores de este deporte con la comunidad china. Sé que el fin de semana que viene habrá otra competencia acá en la capital y de Chiriquí vienen 6 equipos de remadores.
Le doy gracias a Dios que me dio fuerzas para la presentación de mi libro Caminando con el miedo. Pensé en un momento que me iba a rajar frente a tantos recuerdos y más con la dramatización que hizo un estudiante del Instituto David. Me llegó al alma cuando una profesora se me acercó para decirme que mis palabras le dieron fe y esperanza frente a una hija con esta enfermedad. También el testimonio de varios jóvenes quienes expresaron que se sintieron alentados para superar otras dolencias. El joven que tocó una pieza en el piano eléctrico y la niña bailarina que nos deleitó con sus movimientos muy coordinados y artísticos, nos llevaron a esos actos culturales propios de un docente. A través de esta crónica agradezco a las personas que aportaron para que estas tres conferencias fueran una realidad. Abrazos a todos y perdonen lo extenso de este relato. Les deseo un feliz Día del Señor.