martes 15 de noviembre de 2022 - 12:00 a.m.
Sobran las razones morales, jurídicas y políticas para defender la democracia
Sobran las razones morales, jurídicas y políticas para defender la democracia del poder destructivo de la corrupción. A pesar de que cada día la sociedad le expresa su rechazo, sus acciones u omisiones revelan hacia ella, una peligrosa simpatía.
Eso de que “robaron pero hicieron” lo hemos tomado a la ligera, sin imaginar que ese es el bosquejo amplificado de una sociedad indiferente ante la ineficacia de nuestros sistema legal, a la que poco le importa que la deshonestidad reemplace a la decencia, o que se imponga el reinado del “juega vivo”.
La democracia no aspira ni se propone crear un país de santos. La humanidad ha pagado muy caro los errores cometidos provocados por la idea de superioridad de “unos sobre otros”, misma que en diferentes estadios históricos, se le ha sustentado de formas diversas.
La sumisión del esclavo a su amo; del siervo al señor feudal, y del obrero con su patrón, ha excluido a las mayorías de la vida política. La democracia no elimina las diferencias sociales, pero sin duda propiciaría que la relación e integración entre los hombres libres fuera más justa y equitativa.
La construcción de un destino común sería la síntesis del aporte de lo mejor de cada ciudadano. La fuerza de una voluntad común comprometida con grandes proyectos nacionales, impregnaría sus leyes, sus valores y costumbres, y sólo por la fuerza le haría renunciar de tales propósitos.
Las debilidades de nuestro espíritu cívico y patriótico, facilita que grupos poderosos conspiren contra la consolidación de ese anhelo de dignificación colectiva. Por eso, no es casual que el debate político carezca de propuestas nacionales.
En su defecto prima la descalificación personal, la que provoca la desconfianza reinante entre las personas y las instituciones democráticas. La corrupción impide que afinemos pensamientos “con sabor a patria”, y termine la política como actividad matrimoniada con el oportunismo y la desvergüenza.
El fracaso de la democracia no nos llevará de vuelta a la autocracia. La corrupción acentúa el carácter mercantilista de la política, la que al degradar el valor del voto, margina a las mayorías de participar en la toma de las grandes decisiones políticas.