Sin pena ni gloria, así transcurren los debates presidenciales. Nada que destacar, de hecho, el bajo rating es prueba de que el formato no es atractivo para competir con las novelas turcas. Ir o no ir, no representa nada, es más, el que no está presente se libra de improperios frente a una audiencia televisiva inferior al 3%. El debate no es debate, sino un foro que no permite la confrontación de ideas ni el contraste.
En el debate del pasado miércoles hubo candidatos que hablaron más de los que no estuvieron presentes, que de sus propias propuestas. Incluso, algunos prefirieron no asumir riesgos y se mantuvieron planitos.
A menos de 37 días para la elección general del 5 de mayo y con una clara diferencia entre el primero y el segundo lugar, que, dicho sea de paso, aún se mantiene atomizado entre tres candidatos, hace que esta elección parezca más un acto de fe, que un hecho concreto.
La falta de agresividad y la parsimonia del pelotón que marcha detrás, hacen de esta campaña electoral la más monótona registrada desde el restablecimiento de la democracia. Sin issues de campaña que puedan facilitar la confrontación de temas, se hace difícil un evento de polarización política entre dos candidatos.
Por momentos, pareciera que a los candidatos se les olvidó que las campañas son contiendas emocionales, por lo que resulta estéril todo el componente racional que intentan posicionar en la psiquis del electorado. Es tanta la improvisación en este proceso electoral, que a menudo se intenta reprochar la intención del votante panameño, como si se tratara de una cosmovisión distinta o de un componente sobre el contexto de la realidad que se vive a diario.
En Panamá, la elección presidencial siempre la gana el voto castigo, por lo que el vencedor de los próximos comicios será el que mejor interprete este voto basado en el actual sistema político, económico y social del país.
El debate no es debate, sino un foro que no permite la confrontación de ideas ni el contraste.
