Espectáculos
El cuento del Martes del 20 de febrero del 2018
En la página 257 de ‘Los hijos de los días', de Eduardo Galeano, está la clave para entender uno de los conflictos más difíciles de nuestro país. Mientras algunas personas vivimos los ideales occidentales europeos, que nunca han representado a nuestra piel o la cultura de nuestros ancestros africanos e indígenas; nuestro entorno natural, nuestra selva tropical y los cuerpos de agua que abundan nuestras tierras, nos hablan de una olvidada relación con nuestros orígenes.
En el relato ‘Familia', escrito para el 11 de agosto en un calendario al que Galeano se aplicó por varios años, se dice que ‘en el África negra y la América indígena tu familia es tu aldea completa con todos sus vivos y sus muertos'. Esto incluye naturalmente a cada árbol, a cada río y a cada costa o montaña que habitamos. Somos un todo que depende de la articulación armoniosa de cada pieza, y no entenderlo nos puede costar lo que le ha costado a esas grandes extensiones de construcción gris, que llamamos ciudades, donde abunda la miseria más cruel y la violencia más inhumana.
Galeano continúa contando como la familia es también ‘la respiración del bosque' y ‘el rumor del agua que corre' o ‘el canterío de los pájaros que saludan a tus pasos'. Es un concepto que choca con la mortal idea de que todo funciona con la aparición del hombre y que el resto de los seres vivos no importan.
Antes de entender lo que decía Galeano, me tocó visitar a la comunidad de Kiad en la Comarca Ngäbe-Buglé y escuchar al maestro Tidod contar de cuando vivían bajo ‘aquel árbol a la orilla del Tabasará', ese que ahora es un palo seco, agonizando en el sedimento que nos recetó la hidroeléctrica de Barro Blanco. Su mirada se iba entristeciendo al recordar a sus ancestros enterrados bajo lo que ahora es lodo y agua de las inundaciones. Son hermanos de otra madera, que se nos fueron para siempre.