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El cuento del fútbol

El cuento del fútbol

martes 17 de julio de 2018 - 9:38 a.m.
Lucy Cristina Chau
elcuentodelosmartes@gmail.com

Los autores de este cuento juegan con la idea de una farsa en la cual desde una oficina se decide 

Reconozco que la Copa Mundial representa un evento deportivo, político y sobre todo mediático en el que no sólo se juega un deporte, sino una especie de hegemonía a la cual se aspira desde condiciones ya determinadas por las potencias.  Por eso, cuando leo en las redes que “ganó África”, me hace falta una parte: con las condiciones a las que puede aspirar un deportista francés.

El mundo queda con un mensaje: Los migrantes africanos son tan bienvenidos, que representan a Francia y ella entera les abraza como héroes.  Por pequeño que sea un país, puede llegar a participar en el torneo y los europeos adoran a los latinos. ¿No es un mundo ideal? Si, en las pantallas que vende el mega consorcio llamado FIFA. En la vida real, los migrantes se siguen ahogando en sus ansias por llegar a la tierra prometida y tienen más oportunidad de conocer una cárcel, que una cancha. En la vida real, un joven de países no desarrollados tiene como meta sobrevivir y no una carrera deportiva.  

Así como escribieron Bioy Casares y Jorge Luis Borges en su “Cuento de fútbol”, lo que hoy vemos es una gran producción cinematográfica, un espectáculo de dimensiones extraordinarias con resultados monetarios dignos de la inversión que se da. Es como si la idea de Orson Wells se hubiese aplicado al campeonato, haciendo del espectador y su entorno, un receptáculo de información para tomar la única decisión posible: consumir.

Los autores de este cuento juegan con la idea de una farsa en la cual desde una oficina se decide y se comunica al frenético narrador cuándo y cómo se dan los goles, quién los mete y el resultado de cada partido.  Camisetas para fanáticos a 80 dólares, álbumes de figuritas más caros que una enciclopedia, pasajes aéreos, venta de derechos de transmisión y una variedad de productos de alto costo para alimentar el deseo de pertenecer. ¿No vale acaso la pena que clasifiquen equipos sin tradición o que un país relativamente nuevo se pelee la final? Cuando África gane, cuando su gente no necesite migrar, habremos ganado algo más que una copa.



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