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No todos ven el presidio como una oportunidad. Asumir los errores, aunque no lo parezca, siempre es un dramático acto de valentía.
OPINIÓN. Los que vemos el boxeo panameño desde la tribuna sabemos que en esta semana lo más importante no estuvo en el ring, estuvo en el cuadrilátero de la experiencia humana. En cierta forma fueron dos historias que nos conmovieron de igual manera, porque involucraron a dos de los nuestros. La redención de Celestino Caballero mediante una lucha valiente contra sus fantasmas en una esquina. La inspiradora graduación de Ricardo Córdoba, con esa orgullosa foto de abogado ‘recién salido del horno', en la otra esquina.
Pelenchín cometió un error y pagó por ello, en el mismo lugar donde tantos pagan sus culpas.
No todos ven el presidio como una oportunidad. Asumir los errores, aunque no lo parezca, siempre es un dramático acto de valentía.
Al Maestrito lo entrevisté hace dos años, en Medellín, Colombia. Me habló de su esfuerzo universitario por llegar a la meta que alcanzó en estos días.
Si tomamos en cuenta el mundo inhóspito que rodea el día a día de un boxeador, las carencias, la menguada retribución por las victorias y el alto precio a pagar por cada derrota, imaginar un esfuerzo adicional para construir una carrera profesional suena a pura utopía. Pero Ricardo Córdoba lo logró.
Por pura paradoja del destino, en dos esquinas opuestas, uno en el ring donde se aprende las leyes y el otro en el ring donde se pagan las culpas por violar esas leyes, ellos lograron victorias diferentes, pero que, al final del día, tienen el mismo matiz: derrotarse a sí mismos.
