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De vecinas a enemigas

De vecinas a enemigas

sábado 20 de junio de 2020 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
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Juanita y Juliana se conocieron cuando trabajaron de cajeras de supermercado. Con el paso del tiempo, fueron tejiendo una amistad que creían que e...

Juanita y Juliana se conocieron cuando trabajaron de cajeras de supermercado. Con el paso del tiempo, fueron tejiendo una amistad que creían que era de acero. Para las patronales de sus pueblos, cada una se iba con la otra. Aquellos años bonitos se echaron a perder cuando Juanita se enamoró perdidamente de un santeño que la sacó a bailar en un baile de Ulpiano. Eran de esos bailes de antes, cuando la gente iba dispuesta a bailar hasta que saliera el sol. Años antes de la pandemia, la cosa se había estropeado un poco porque las chichis asistían a los toldos a bailar solas enfrente del acordeonista. El santeño era también de esos que no mueve un pie sino es con la música del Mechi Blanco de San José. La pareja llevaba un noviazgo de lo más normal. Juanita cumplía con los turnos buenos y los canallas que le ponía el jefe de las cajeras con una sonrisa en el rostro. Saludaba amablemente a todos los compradores, incluyendo los groseros y los que compran los artículos que no quieren que nadie les vea. Los fines de semana, en el cuarto que alquilaban las amigas, se ponían a escuchar música live (de toldo) y a bajar pintas hasta altas horas de la noche. Fue en una de aquellas veladas que Juanita empezó a sospechar que la amiga le estaba metiendo mano al novio. Ella vio la situación, pero optó por darle cuerda para ver hasta dónde llegaba su casi hermana. Los parking de fin de semana siguieron su curso. A fin de mes, Juanita le dijo al novio que se iba a Veraguas a ver a sus padres. El rechazó la invitación aduciendo que le tocaba doblar turno ese fin de semana. Juliana tampoco se anotó al viaje, desde hacía días le estaba doliendo la cabeza. Juanita llenó una maleta de ropa y otras cosas más y se fue a la parada a esperar el metrobús. Seis paradas más adelante se apeó y bajó las escaleras del metro, se bajó en San Miguelito y formó la fila de las chivas. La tía la recibió con un baño de preguntas. Ella le respondió que venía del interior y había perdido la llave del cuarto donde vivía, pero a la mañana siguiente un cerrajero la esperaría en la acera. De este plan, Juliana y el santeño no sospechaban absolutamente nada. El sábado compraron las pintas y formaron el bailoteo hasta que el cuerpo les pidió otra cosa. Juanita salió temprano del cuarto de su tía de San Miguelito y tocó la puerta de la habitación que compartía con su casi hermana. Dentro de la habitación no se escuchó el vuelo de un mosquito cuando Juanita le pidió a la amiga que la abriera la puerta. Juanita sentía el olor de su santeño en la puerta y estaba decidida a abrirle la cabeza a zapatazos. Lo raro, en medio de tal zozobra, era que no salieran gritos de agonía del cuarto nada. Los minutos se tornaron tensos. Entonces ocurrió lo inesperado. Juanita se dio un empujón a la madera podrida de la puerta. Un segundo antes de que se escuchara el porrazo, el santeño hizo lo mismo con la ventana y cayó encima del carrito de los perros calientes que estaciona el vecino en la acera. Lo que vino después fue una batalla campal.

De este plan, Juliana y el santeño no sospechaban absolutamente nada. El sábado compraron las pintas y formaron el bailoteo hasta que el cuerpo les pidió otra cosa.
 


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