Curiosidades
La desesperación casi derrumba a Jiménez, quien estaba bajo la lupa de su mujer, Shelvy, que desde el abrazo de Nochebuena se le pegó como una lad...
La desesperación casi derrumba a Jiménez, quien estaba bajo la lupa de su mujer, Shelvy, que desde el abrazo de Nochebuena se le pegó como una ladilla y no le quitó la vista de encima, sobre todo cuando el pobre sacaba su celular para leer un chat; pensar en enviarle, aunque fuera el mensaje de felicitación a Mayté, su amante, era misión imposible. Lo vio meterse al baño, y lo llamó para quitarle el celular con la excusa de que en ese cuartito había millones de millones de bacterias capaces de acabar con la familia en un suspiro.
Ya en la madrugada, cuando se acostaron, Jiménez había perdido la esperanza de enviarle un mensaje a Mayté, y por su mente pasaron ideas funestas, porque ella le había contado un sueño reciente: se vio caminando sola por la ribera del río Candela llamándolo desesperadamente. Así lo hizo por horas hasta que otros caminantes nocturnos le dijeron que era en vano llamarlo: ‘El río Candela no devuelve lo que se lleva, mucho menos si es un infiel, prefiere tragárselo para que no siga jodiendo a las mujeres, el río se cobra caro las lágrimas femeninas, así que coja rumbo que ese hp quemón, que no la quería ni a usted ni a su esposa, ya está bien clavado y tieso en las profundidades del río, seguro que ya hasta le comieron la vaina', le dijeron en son triste los peregrinos desconocidos.
‘Creo que es una premonición de que vamos a terminar en esta Navidad', le había dicho Mayté, pero Jiménez la consoló con la promesa de estar muy pendiente de ella aunque fuera por chat. Y le dijo rotundo al despedirse ‘aunque sea te voy a chatear'.
Lo dijo por consolarla, porque Shelvy andaba arisca, con los ojos pelados y el oído aguzado. A pesar de que la había tenido en la mente todo el día, de que había asado el jamón y preparado la cena navideña pensando en ella, fue imposible chatearle o llamarla.
Por el piso estaba su ánimo cuando su mujer se le arrimó en busca de su esencia, y no pudo hacerle nada, suavemente la empujó y le explicó que estaba con el estómago alterado.
‘Recuerda que la mayonesa y las pintas se llevan mal y encerradas allá, no hay quién las aguante', le dijo con una tristeza profunda a su mujer, tanta que ella la percibió y lo agarró a bofetones.
‘Qué estómago del c…, dime que ch… te pasa, estás a punto de llorar, dime la verdad o te echo afuera hoy mismo, me importa un carajo todo', gritaba Shelvy.
El vacío de su infancia lo salvó, Jiménez quería que sus hijos crecieran en un hogar completo para que no sufrieran lo que él vivió cuando una mala mujer se antojó de su padre y aquel trocó en odio el amor que antes de conocerla sentía por él, su madre y sus hermanos, y las atenciones y el amparo que les brindaba las cambió por abandono y maltrato, dándoles con rabia un par de dólares de manutención. Aún dolido por ese recuerdo lejano, se paró como Piñango y le respondió a su mujer como ella esperaba, gracias al invaluable recurso de la imaginación: pensando que era con Mayté con quien estaba haciendo el amor.
El esfuerzo mental lo durmió dos horas, de la cama fue directo para el baño, pero estaba a un tris de entrar cuando oyó la voz de Shelvy: ‘Dame esa vaina'.
Le quitó el celular, le sacó el chip y la batería, y puso todo debajo de la almohada gritándole: ‘A ver si de aquí los vas a sacar'.
Por puro instinto, Jiménez anunció que se iba de la casa, y subió a su carro ante los ruegos de Shelvy pidiéndole que no los abandonara.
‘Coge las llaves, solo voy a meditar en el hp carro, déjame solo', exigió Jiménez, y Shelvy se acostó. Mientras, en la oscuridad, Jiménez sacó un celular extra que compró de apuro y charló con Mayté hasta que no tuvieron de qué hablar.