Curiosidades
Ese debió ser el primer aviso para que todos se enteraran con quien se metían: Una joven con hambre de éxito,
Angélica vivía con el trauma de que nunca pudo asistir a una escuela privada por la culpa de sus hermanos. Pensaba que si hubiera sido hija única, otro gallo cantaría en su vida.
Así pasaron los años y su felicidad la veía relacionada con el dinero. Se casó con Pablo, le hizo un hijo. A él lo dejó porque, aunque lo quería, no le daba la vida que ella anhelaba.
Como madre soltera, llenaba de prendas a su hijo. Nadie sabe de dónde sacó los martinellis pero los consiguió para ostentarle a la gente. Al primer cumpleaños del pelaíto, lo llenó de collares, como muestra de poderío.
Ese debió ser el primer aviso para que todos se enteraran con quien se metían: Una joven con hambre de éxito, a costa de lo que fuera.
Como en los barrios populares, los vecinos se convierten en nuestra familia, ella estrechó sus lazos con una vecina llamada Dania.
Dania acababa de levantarse a un gringo jubilado en un casino y lo llevó a pifiarlo entre sus amigas de la comunidad. Ellos se fueron de viaje y Angélica quedó mordía de la rabia.
Cuando regresaron Dania y el ‘viejo', ella tuvo que regresar, porque él le pagó una cirugía plástica en los ‘yunaires', así que le encargó a su doñito a Angélica.
Le dijo, ‘cuídalo como si fuera tu papá, trátalo con cariño, porque si le caes bien, te va a ir bien. Y, sobre todo, cuídamelo de las resbalosas del barrio'.
Ella se lo tomó a pecho, le llevaba el desayuno temprano y no regresaba a la casa hasta después de la cena.
Él don comenzó a considerarla como una hija, eso es lo que decía. Y ella le decía papá.
Fue hasta que regresó Diana que se percató que en su castillo había nueva reina y ésta era la que dominaba a su marido.
Diana intentó frustar el movimiento perfecto que había hecho Angélica, pero fue tarde para su rebusca.
Se le olvidó que un plato caliente no se deja al cuidado de un hambriento y menos si el plato tiene plata y oro.
Angélica se fue del barrio, con marido, y casa, porque su suggar le puso casa de dos pisos. Ella sentía que había cumplido su sueño de ser platuda, sin pensar que todo lo que tenía estaba a nombre de su nuevo marido.
Las prendas, la televisión, hasta su vivienda tenía dueño y no era ella. No imaginaba que así como se la hizo a su amiga, otra mujer le haría vivir lo mismo, porque hombre quemón no cambia ni aunque lo revivan.