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Curiosidades

Mis dos suegras

Mis dos suegras

sábado 18 de febrero de 2017 - 12:05 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Todavía no habían cortado mi cordón umbilical cuando la vida me abofeteó

Todavía no habían cortado mi cordón umbilical cuando la vida me abofeteó inmisericordemente llevándose a la tumba a mi madre sin siquiera darme tiempo de verle el rostro.

Viví mi infancia en la casa de una tía, hasta que ella se casó y me vio como un estorbo. Tendría dieciséis años cuando me casé con Matilde, la única viuda joven del pueblo y quien durante los diez años que vivimos juntos fue mi madre, hermana, tía, novia, amiga, esposa y amante. Puedo decir que fue esa la única época de auténtica dicha, tanta que a la vida le dolió y, de nuevo, me zarandeó sin compasión. Un mediodía me llamaron al trabajo para avisarme que Matilde se había desmayado y que no volvía en sí. Llegué desesperado al hospital, adonde salió a recibirme su jefa, quien, solo con un abrazo, me dio la noticia fatal. Fue como un tsunami para mi alma. Estuve un mes perdido mentalmente y confinado en la casa de mi suegra, a la que le tocó sacar doble pecho para lidiar con su dolor y el mío. Nunca pude volver a mi hogar. En los diez años siguientes no concebía la idea de volverme a casar. Mi suegra se convirtió en esa madre que nunca conocí, y fue ella la que me animó a rehacer mi vida sentimental. Cuando conocí a Iris, mi actual esposa, mi suegra se puso contenta y con su bendición me casé de nuevo.

Iris me quiere mucho menos de lo que me amaba Matilde. El amor se siente en el trato, en la intimidad, en la comida que te preparan y hasta en la manera en que lavan tu ropa, en todo, pero es mi esposa y yo no pienso cambiarla jamás.

Dupleta: Se va ella o me voy yo. Grosera: Que se largue esa doñita.
 

Seguí visitando a mi primera suegra, y a pesar de las rabietas de Iris, a quien le molestaba que yo la siguiera llamando suegra, nunca dejé de llamarla así. Cuando nació nuestro hijo, mi suegra 2 criticó duramente los regalos que mi suegra 1 le llevó al niño, y mi esposa se le unió, ambas le declararon la guerra, que reventó el día de la fiesta del cumpleaños de mi primogénito. Cuando llegó la hora de tomar la foto del niño con toda la parentela más cercana, yo llamé a mi primera suegra y la coloqué a mi lado, para hacerme la ilusión de que yo no estaba solo en el mundo, tenía una madre y ella debía salir en ese retrato histórico. Mi suegra 2 y mi mujer le dijeron que se quitara, que ella estaba de más allí y que si no se quitaba suspenderían la celebración. Yo me les enfrenté a las dos y también les dije que si le negaban a mi suegra el derecho a salir en la foto, yo no me quedaría de brazos cruzados. La mamá de Iris, o sea, mi suegra 2, gritó ‘pero qué es lo que tienes en la cabeza tú, si ella no se quita me pongo los guantes'. Yo la miré con rabia y le grité ‘no me amenace, señora Lucrecia'.

Dos bofetadas me tiró la vieja lisa, y eso bastó para que mi suegra 1 saliera en mi defensa. ‘No se limpie sus manos con mi muchacho', advirtió mi suegra y la sonó de lo lindo. Mi mujer se puso histérica, puro llanto y recriminaciones en contra mía, los invitados se apretujaron en torno a la mesa, y el papá de Iris, que estaba borracho, se puso liso a quererle sobar el trasero a mi suegra. Yo saqué la mano para aquietar al viejo atrevido, y eso no me lo perdonó mi mujer, quien me sacó del hogar y con la complicidad de un juez me puso una pensión alimenticia por las nubes, pese a que los dejaba en casa propia con todas las comodidades. Regresé a la casa de mi suegra, convencido de que yo nací salado y así moriré. Supe que Iris anda con un hombre casado. Quizás ya lo tenía en la mente cuando decidió, tan fácilmente, sacarme del hogar.



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