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Llegó la patrona

Llegó la patrona

sábado 13 de junio de 2020 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
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Susi es una de esas chicas que levanta pasiones a tutiplén. En el barrio no le quitan el ojo de encima. Los manes, admirando aquellas curvas pelig...

Susi es una de esas chicas que levanta pasiones a tutiplén. En el barrio no le quitan el ojo de encima. Los manes, admirando aquellas curvas peligrosas que modela cuando sale a buscar un taxi. Y las vecinas, viendo la ropa que lleva y si es el mismo taxista que la lleva y la trae. En más de una ocasión, la madrecita le había advertido que dejara de imitar a Sandra en la vestimenta, que cualquier día, eso le traería un problema grande y ella no iba a responder por nadie.

Unas semanas antes de la cuarentena empezó a oírse que la chica tenía un enamorado. Decían que era un político joven que le había prometido un carrito de paquete y otras comodidades. Y dicen que el camión solo llegó a descargar los materiales para la ampliación de la casa y los hierros y demás enseres que necesitaba para construir un muro para nadie la mirara cuando hacía los ejercicios en el patio cuando decretaron la cuarentena.

En las esquinas corrían otras versiones de la bonanza, que si se dedicaba al trabajo más viejo del mundo, que si andaba con un diputado, que si había vendido un terreno de su abuelo, que si andaba con un dueño de una flota de taxi, que si era prestamista, en fin, todo tipo de aseveraciones que ella no se molestaba en rectificar.

Mientras el pueblo se comía un cable porque los bonos y las bolsas no alcanzaban, en la casa de Susi se comían los tres golpes calientes, nada de repetir la sobra del almuerzo en la cena. La familia nadaba en la abundancia. Cuando se le miraba en el patio, haciendo ejercicios, hasta parecía más rellenita. La mañana en que los vecinos salieron a trancar la calle porque no tenían agua y el bono solidario no llegaba, Susi ni se molestó en acompañarlos. Cuando las manifestantes pasaron, huyendo para que no las acusaran de violación de la cuarentena, Susi las miró con desdén.

La calle siguió revuelta unos días más. En las tardes, ya casi de noche, el taxi se estacionaba a un lado de la casa de Susi y esperaba. Ella salía como si fuera para un baile y ocupaba el asiento de atrás. Todavía no habían restringido que los pasajeros se sentaran al lado del chofer del carro. Esta rutina la cumplía religiosamente tres veces a la semana. Las vecinas volvieron a trancar la calle con piedras y pedazos de madera porque estaban pasando hambre. El lunes por la mañana, se apareció un carro blanco por el barrio. En la primera casa se detuvo y una dama de mediana edad se bajó a preguntar algo. Por la pinta se deducía que no sabía lo que era aguantar hambre. El motor arrancó y fue derechito a la casa de Susi. Contaban las vecinas en el cierre de calle por el bono que la chica apenas vio el carro estacionado fuera de su morada saltó la cerca de tres cuerdas de alambre espino de atrás y se perdió entre los potreros y no regresó sino hasta altas horas de la noche. La dama del carro blanco perdió todo el glamour y entró a la casa como una tromba. Como no encontró a quien andaba buscando, sacó toda la ropa de Susi y la esparció por la calle al tiempo que gritaba ‘la patrona soy yo'

La mañana en que los vecinos salieron a trancar la calle porque no tenían agua y el bono solidario no llegaba, Susi ni se molestó en acompañarlos
 


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