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Curiosidades

La cicatriz

La cicatriz

martes 11 de abril de 2017 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

No le dijo nada a su mujer que lo miraba anhelante, ese grito de su marido no presagiaba nada bueno.

Terencio repitió la acción matutina que ya alcanzaba muchos años: se levantó, orinó, se lavó la boca y la cara, y se miró en el espejo. Y los vio. ¡¡Volvió!!, gritó mientras lo invadían emociones contradictorias. Su mujer, Remigia, le preguntó qué dijiste. ‘Nada', respondió Terencio, quien tomó el espejo y volvió a mirarse. El vidrio le devolvió la imagen de siempre, desde veinte años atrás, cuando ocurrió la desgracia, la cicatriz que, al estilo de Chimbombó, le cruzaba la cara. No le dijo nada a su mujer que lo miraba anhelante, ese grito de su marido no presagiaba nada bueno.

‘Recuerda, Terencio, que estamos en la Semana Mayor', le dijo ella con un hilo de voz temblorosa cuando lo vio alistándose para salir. Él no sabía exactamente por qué salía, pero sentía que era imperativo poner los pies fuera de su hogar, la calle lo llamaba con un grito superior a sus fuerzas, desquiciante, y que nació apenas vio en el espejo los senos descomunales de Vitalina, el amor de su vida; los vio nítidos como aquella tarde lejana, dos décadas antes, en la que él, lleno de celos, se la arrebató al marido y, como castigo por ella preferir a aquel, intentó tumbárselos con un cuchillo gritándole ‘nunca nadie volverá a mamártelos'. No pudo cumplir su objetivo nacido de sus celos y su decepción, solo le hizo una cortada a cada uno. La sangre brotó violenta y caliente casi al mismo tiempo que él sintió que su rostro ardía al roce del filo de su rival Evaristo, el marido de Vitalina. El silbido del filo buscando su rostro lo impulsó a huir no sin antes mirar por última vez los senos del amor de su vida: blancos, grandes, redondos, firmes y llenos de sangre.

La imagen nunca se borró de su mente, a diario la traía a su recuerdo para mantenerla viva, tampoco se había apagado el sentimiento pese al matrimonio con Remigia, a quien en el pueblo apodaban ‘la pobre Remigia'. Apenas vio los senos sangrantes en el espejo supo que Vitalina había regresado al pueblo, de donde se había ido con su marido al día siguiente de la tragedia. Se ilusionó con la idea de que había vuelto sola.

Apenas alcanzó un cruce de caminos tuvo la primera certeza del regreso de su amada; alguien dijo subiendo intencionalmente la voz: ‘la pobre Remigia'; eso le dio pie para pensar que, efectivamente, Vitalina había vuelto. Siguió por las calles rurales y vio a un grupo de lugareños con picos y palas. Un frío polar lo puso nervioso y le apagó la alegría cuando supo que esa tarde habría entierro en el pueblo. ¡Qué triste morir en estos días!, les dijo; reconoció en ese momento al hermano de Vitalina al que no veía desde muchos años, este se adelantó y le contestó: No, al contrario, solo los elegidos mueren en días santos, mi hermana se fue feliz porque su esposo le prometió cumplirle su voluntad de enterrarla donde nació.

Nadie pudo detenerlo, echó a correr hacia la casa de los padres de Vitalina gritando ¡¡¡¡¡QUIERO VERLA, AUNQUE SEA POR ÚLTIMA VEZ!!!!! El grito no se apagó cuando llegó y vio a Evaristo sentado en un taburete al lado del féretro. ‘NO VAS A VERLA', dijo el hombre y de la nada sacó un machete. Terencio repitió su súplica que oyó Remigia, quien también llegó enloquecida de celos a buscarlo. Oír y ver a su marido rogando ver a la muerta le trocó los celos por rabia, y desarmó a Evaristo. Con el arma blanca en alto amenazó a su marido, que aprovechó la confusión para acercarse al ataúd. Quizás por celos de que se toparan en el más allá, Evaristo detuvo el filo muy cerca del cuello de Terencio que embelesado contemplaba a su amada. Remigia no pudo soportar la cara de felicidad de su marido mirando a la muerta, y cayó. Al atardecer, cuando ya habían enterrado a Vitalina, empezó a oírse en el pueblo: ‘Murió la pobre Remigia, murió de amor y de celos'.

Burla: Igualito a Chimbombó. Peligro: Juicio, en estos días andan sueltos el diablo y su mujer.
 


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