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Curiosidades

El jugador empedernido

El jugador empedernido

miércoles 9 de octubre de 2019 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Olegario va caminando por la acera de noche perdido entre las luces de neón.

Olegario va caminando por la acera de noche perdido entre las luces de neón. Este tipo de luces le gusta porque le hace pensar que está en Las Vegas. Rápidamente su sombra se desliza en el interior de un establecimiento donde pide una cerveza No es una cantina, ni un bar o pub cuando se le llama cuando es sitio de mayor categoría para socializar y beber. Es un lugar para él mucho más excitante. La cantina es para cuando quiere ir a hablar ‘paja, yerba y huevadas' de política con los amigos.

El lugar a donde ha ido Olegario está lleno de maquinitas de luces, y ha ido en buena fecha porque acaban de inaugurar nuevos juegos. Por fortuna, hoy pagaron. Y ya que hablo de fortuna Olegario espera que hoy sea su reivindicación. Las últimas siete veces que ha ido ha salido arrastrado por la mala leche. Sin una moneda. Por eso, y como dice el refrán ‘a la octava es la vencida', ¿o es a la tercera? Pero bueno, si no fue a la tercera ni subsiguientes, tiene que ser a la octava. O a la décima. ‘En algún momento se tiene que acabar esta mala suerte que ya parece cosa sobrenatural', piensa Olegario. Se huele y se dice bien bajito ‘qué bueno que compré estos baños con un dinero prestado y me parece que me va a ir mejor. Pero ahora que cobré la quincena puedo intentar algunas apuestas para las que no tuve plata la última vez. Sí, seguro. Este será mi desquite. Seré audaz y apostaré fuerte'.

En casa, Juanita espera a Olegario con el dinero de la quincena. ‘Él sabe que tenemos muchos gastos que realizar', se dice. ‘La quincena pasada nos quedamos cortos porque tuvo que comprar pastillas para la presión. Y la quincena anterior también porque le robaron una parte del dinero que tenía. Y el mes pasado fue que tuvo que ayudar a algunos amigos. Es demasiado generoso con ellos, por cierto. Ya le he dicho otras veces que no estoy en contra de que los ayude, pero no puede sacrificar a su familia para ayudarlos a ellos; menos ahora que tenemos otra boca que alimentar desde que nació nuestra niña'. Pero finalmente llegó Olegario, cerca de las diez. ‘¿Por qué tan serio, Ole? Pero él no contestaba. ‘No me digas que otra vez te robaron parte del dinero que cargabas…?' ‘Parte no, todo' ‘¿Qué dices?' ‘Que me quedé dormido en el asiento del quiosco donde estaba. Cuando desperté no tenía cartera. Alguien pasó por detrás y me la sustrajo'.

‘Pero, bueno, Olegario, a ti te persigue la mala suerte. ¿Ahora qué vamos a hacer?' Juanita tuvo que pedir prestado a los vecinos. Uno de ellos trabajaba en la misma fábrica de Ole y había tenido mala espina porque Ole le debía y nunca le pagaba. Así que un día siguió a Olegario y vio donde se metía. Allí entró él también y supo por un crupier que Olegario era cliente regular y que allí perdía hasta la sombra. Se lo contó a Juanita. ‘El mes entrante pagan el décimo. Vaya a tal lugar, a tal hora'. Juanita fue y vio a su esposo divirtiéndose con las maquinitas.

Cuando Olegario regresó a su casa ella se interpuso entre él y la habitación. ‘¿A dónde vas?' ‘A dormir'. ‘El camino no es por allí. Te vas derechito al casino del cual vienes y te sientas a dormir frente a una máquina de juegos'. ‘Pero…', ‘Pero nada. Esa máquina tiene tu quincena, la leche de tu bebé, la comida de tus hijos. Así que le pides cama y comida. Aquí no duermes hasta que no traigas la plata completa'. Y a Olegario no le quedó más recurso que coger sus cosas más básicas. No le valió siquiera rogar por un espacio en el sofá.

‘En algún momento se tiene que acabar esta mala suerte que ya parece cosa sobrenatural', piensa Olegario.
 


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