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Gatitos compartidos

Gatitos compartidos

sábado 22 de septiembre de 2018 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Esa idea la puse en práctica uno de esos días en que el cielo se desbordó. Convencido de que el que anda en trampa

‘No pase muchos días sin calentar a la amante, pero eso no significa que por eso va a descuidar a la esposa, tómese un tónico de habas para que no se le caiga el manduco en la primera subida', era la receta de mi difunto padre para que tu mujer o tu amante nunca te pusiera cachos.

Esa idea la puse en práctica uno de esos días en que el cielo se desbordó. Convencido de que el que anda en trampa debe tener memoria dinámica, ser astuto y creativo, decidí aprovechar el diluvio que inundó varios sectores de gente pobre, que es donde vive mi viejita, y le avisé a mi esposa que ‘tenía que salir en estampida para la casa de mi madre, porque la quebrada se había desbordado y el agua le tenía la casa inundada casi que a la altura de la refrigeradora, un caso grave, ni creo que pueda regresar hoy, o quizás en la madrugada, porque de seguro ningún taxi ni bus ni chivita ni pirata entraría a ese sector', le dije con voz apesadumbrada.

Casi me voy de espalda de pura emoción cuando mi mujer me dijo: ‘Dale, papi, dale que tu mamá ya tiene muchos años y no sea que se le lleve la corriente'.

Enseguida me encaminé para la casa de Wendy, mi amante y a quien últimamente tenía un poco abandonada porque en mi hogar las cosas se habían vuelto difíciles para evadirme, tanto que no me atrevía a arriesgarme. En medio de mi entusiasmo no capté el aviso subliminal que había detrás de esa respuesta afirmativa y rápida de mi mujer, darme el consentimiento de llegar al amanecer o no volver en la noche era casi un milagro.

Convencí a mi mamá por si mi esposa la llamaba. ‘No se preocupe, hijo, no tenga cuidado, mejor apago mi teléfono para no decir mentiras', dijo la autora de mis días, y con ansias locas llegué al barrio donde vivía Wendy, soñando con perderme en sus brazos. No la llamé para darle la sorpresa. En uno de los vericuetos próximos a la vivienda me topé con unos pelaítos conocidos, quienes me miraron raro, pero yo les di un billete a cada uno y ellos, medio remolones y con una sonrisa extraña, tomaron el dinero y se alejaron corriendo al tiempo que decían algo que nunca entendí.

El vientre me rugía hambriento de Wendy, cogí un atajo para cortar camino y vi una motocicleta frente a la casa de Wendy, no le di importancia y bajé tranquilo. Llegué y toqué la puerta varias veces. No hubo respuesta. Ahora soné con rabia la madera, y oí un ruidito que identifiqué enseguida: el crujir de la cama de Wendy. Se me subió el corazón a la boca cuando la oí gimiendo y supe que le estaban haciendo eso que a ella tanto le gustaba que le hiciera yo y que era el pase para luego yo incursionar por donde quisiera.

Traté de desahogar mi rabia dándole patadas a la motocicleta, a la que la ‘salvó' una bala que pasó silbándome cerca de mis costillas, y me fui mientras sentía que mis piernas estaban vueltas leña.

Llorando como un niño, me tocó desandar el camino convencido de la fragilidad del amor femenino, pura pantalla, puro cuento y puras palabritas, recordé que Wendy siempre me enviaba la frasecita: ‘Solo tuya'.

Mi desgracia explotó al llegar a la parada, ahí estaban unos pelaítos que me dijeron: ‘El man de la moto es el que ahora le apalea el gatito a Wendy'. Les amagué rabioso, pero estos me amenazaron con un palo y tuve que huir. Agobiado por la decepción, llegué a mi casa, donde, para sorpresa mía, no estaba mi esposa. Mis hijos me dijeron: ‘Es que la casa de mi abuela se inundó y ella fue a ayudarla a barrer el agua, viene ahora tardísimo o mañana'.

Quedé con el alma bizca, mi suegra vive en una loma; casi se me envenena la sangre con solo pensar que ninguno de mis dos gatitos era tan mío como creía yo.

Receta: Atienda a la amante, pero no desatienda a la de la casa.
 


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