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Fiesta con lo ajeno

Fiesta con lo ajeno

jueves 30 de enero de 2020 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Amalia estuvo recluida casi dos meses en el hospital

Amalia estuvo recluida casi dos meses en el hospital. La dama había perdido el empleo por los recortes de personal que se vienen dando a diario y solo se dedicaba a chambear haciendo carreras de esas que piden por el celular. No le daba mucho, pero le permitía pagar las deudas urgentes y la comida. El préstamo del carro, una nave a todo meter, lo amortizó con más de la mitad de la liquidación.

Durante el primer mes, el carro estuvo metido en el estacionamiento de su casa. Sus hijas y los demás familiares la visitaban en bus. Por suerte por el Complejo pasan todas las rutas que van al este. No era nada malo, le decían los matasanos, pero la mantenían en estudios y con medicamentos a toda hora.

Amalia se fue acostumbrando poco al encierro. Primero se deprimía de todo, de las camas, la ropa, los equipos, el personal, la comida, el olor. Y ni hablar cuando se llevaban a los pacientes para otras salas y cuando ella preguntaba al aseador le soltaba la verdad.

En la sala, unas damas voluntarias intentaban diariamente darle ánimos, le avivaban las ganas de vivir y le leían pasajes de la biblia y le compartían algún alimento que no le daban en las comidas. Amalia estaba su casa y también su empleo, donde había dejado los mejores años de su vida, esto no quiere decir que la dama estuviese tan aplastada por el peso de los años.

Una de aquellas tardes, se apareció un pariente que le dijo que lo habían despedido del empleo y estaba pasando hambre. Eso era solo un gancho que le tiró el man para que ella le prestara el carro dizque para meterlo al transporte ese que los taxistas amarillos quieren exterminar. El negocio consistía en partir las ganancias a la mitad.

Puede que le la situación que pasaba la ablandó el corazoncito a Amalia y le dio indicaciones a las hijas para que le dieran la llave al pariente. La primera semana, las ganancias no fueron malas. Esa entrada cayó muy bien para los gastos de las escuelas y la luz que sigue subiendo aunque los focos estén quemados. La semana , el monto subió. Por otra parte, la evaluación de la paciente estaba casi lista y en unos días le darían de alta.

Amalia recuperó la alegría y hacía grandes planes para cuando ponía los dos pies fuera del Complejo, que por suerte la atendían con la ficha de su último empleo. El día de la salida, le dijeron al pariente que las

Fuera a buscar. Terminaron los trámites y se sentaron a esperar en el muro de concreto.

Un carro del color del de Amalia se estacionó en la entrada, donde se dejan y recogen pacientes. Amalia pensó que no era su carro porque ella lo tenía sin ningún rasguño. El asunto se aclaró cuando de la puerta del conductor se bajó el pariente. La nave que tanto esfuerzo le costó comprar a Amalia prácticamente la habían agarrado a mazazos. El impacto fue tanto que se desmayó y se formó la corredera para ingresarla a Urgencias.

Una de aquellas tardes, se apareció un pariente que le dijo que lo habían despedido del empleo y estaba pasando hambre. Eso era solo un gancho que le tiró el man
 


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