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Curiosidades

Fama vana

Fama vana

miércoles 15 de marzo de 2017 - 12:07 a.m.
Redacción El Siglo
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En todo El Chirriscazo era conocida la fama de rejones de los Membache, por lo que el morbo mortificaba a la población femenina 

En todo El Chirriscazo era conocida la fama de rejones de los Membache, por lo que el morbo mortificaba a la población femenina que andaba con ganas de echarle una probadita a uno de los trece manducos que, según habían regado las afortunadas, era grueso, largo y duro como una roca, además, añadían con un suspiro, ‘los dueños son expertos en el uso de su patrimonio familiar que le saca ventaja a cualquier africano, son cariñosos y te trabajan bien antes de ya tú sabes'.

La morbosidad se le contagió a Abigail, quien llevaba rato sin marido de planta, de manera que fingió que necesitaba comprar leche de vaca recién ordeñada, producto que vendía Eustorgio, y hasta su corral llegó dispuesta a dejar un par de dólares en la compra para ganarse la confianza del hombre. ‘He estado un poco apagada en los últimos meses y me preocupa porque yo soy muy fogosa, siempre necesito más de uno para bajarme la revolución, me dijeron que la leche recién ordeñada es lo máximo para levantar el ánimo', le preguntó mientras fingía que el sostén no podía con la carga de tetas.

Eustorgio se rio incrédulo y le dijo que nunca había escuchado eso, pero que una prima vendía unas bolsitas de un té oriental que sí era efectivo. Abigail le pidió comprarle varias bolsitas e ir él mismo a llevárselas a su casa porque en la estufa había dejado un chicheme y temía que ya estuviera quemado. ‘Voy ahora como a las tres', le prometió Eustorgio, y Abigail pasó las horas comiendo ganas y ensayando qué tretas usaría para disfrutar el rejón, pero el hombre llegó acompañado de la prima, quien se tomó la palabra para anunciar otros brebajes y no paró hasta que la posible cliente se cabreó y le gritó: ‘Ya cállate, que lo que quieres es vender productos que ni sirven para nada ni que yo necesito'. La visita terminó ahí, pero a Abigail no le dio la gana de quedarse alborotada. Averiguó el número de él y lo llamó para que le llevara a la casa un galón de leche de vaca recién ordeñada que este le mandó con un pelaíto.

La desilusión la obligó a hablarle claramente, y lo citó en su casa. El hombre falló dos veces, pero asistió a la tercera atraído por la insistencia de ella y, sobre todo, por los pechos y la fama de cucona de Abigail, quien lo recibió acostada en una hamaca en esa hora en que el calor le trastoca la mente a cualquiera. Lo tomó de la mano y lo metió al cuarto de caña brava, y lo acostó en su cama de varitas cubierta por una estera de fabricación artesanal. Eustorgio no tuvo ni siquiera tiempo de desnudarse, ella misma le fue sacando todo lo que se llamaba ropa, y él se calentó cuando vio esas tetas de faraona en vivo, tibias y al alcance de su mano. Se pegó a ellas, sin darse cuenta de que Abigail había puesto cara de desencanto y no despegaba la vista de su pene encabritado.

‘No es muy grande nada', le dijo ella cuando él empezó a besarla por donde les gusta a todas las mujeres. ‘Bueno, estamos a mano, porque la tuya la agarro con la mano y me sobra mano', comentó él medio cabreado por el comentario femenino. Pasaron unos segundos mientras cada uno digería el insulto; fue Abigail la primera en reaccionar. Le dio un halón al hombre para apartarle la cabeza de donde la tenía y dijo a gritos: Se ve que las que han estado con ustedes no conocen lo que es un buen rejo, yo sí los he visto de buen tamaño, esos sí son manducos de verdad.

Al hombre le dio coraje la necedad y le gritó: ‘A esa este le queda grande, eres fama nada más'. Y se fue aturdido por el calor, dejando a Abigail dudosa de si era realidad o un mito su fama de poseer la cuca más grande de la región.

Comparación: He visto muchos, este es chiquito. Receta: La leche de vaca cura el desánimo.
 


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