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Exsuegra y madrastra

Exsuegra y madrastra

jueves 26 de abril de 2018 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Misael le decía que era un dolor muy grande, un dolor que quemaba las entrañas y dolía hasta el alma

Dos realidades de la vida son: el corazón nunca se da por vencido, la número uno, y la dos, la infidelidad se repite por miles y a diario; ya no solo es el hombre el traidor, ahora se le unieron las mujeres, lo que al parecer de las víctimas es un dolor casi insufrible que tocó la vida de Misael, quien cayó en cama derrotado por la amargura de saber que su mujer, Rebeca, ahora se lo daba a otro. Su padre se lo llevó para su antigua casa y lo trataba con más cariño que nunca, pero la mamá, de carácter duro y quien siempre había llevado los pantalones en el hogar, lo reprendía con palabras groseras para que se levantara y volviera a vivir:

‘Yo parí a un varón a carta cabal, se llora a un hijo o a una madre, pero a una infeliz arrechita no, esa es indigna hasta de media lágrima, además, tú eres mi hijo y yo he sido, soy y seré por siempre una mujer muy valiente, yo no me vuelvo caca ante cualquier sufrimiento, si fuera así me hubiera muerto cuando tú sufriste un accidente y ningún médico me daba esperanzas'.

Misael le decía que era un dolor muy grande, un dolor que quemaba las entrañas y dolía hasta el alma, pero ella le ripostaba ‘duele parir, eso sí duele, duele también que no tengas comida para tus hijos, pero una feíta culiseca como tu ex, no, mi hijito, búsquese otra'.

De nada valieron los regaños ni el cariño del padre, Elpidio, quien se asustó cuando el hijo completó el décimo día sin comer y lo llevó al hospital, donde estuvo un mes, tiempo en el que pasó con la esperanza de que su madre o Rebeca fueran a verlo, pero ni la una ni la otra, la primera estaba indignada por la cobardía del hijo ante el engaño, y la segunda andaba muy ocupada volando manduco con su nuevo amor. A diferencia de la hija ingrata, la exsuegra de Misael sí iba todos los días a verlo, y siempre le daba el tonto consuelo de decirle que ‘era a él a quien ella reconocía como yerno, y que el otro era un impostor'.

Esa pequeña alegría de contar con el reconocimiento de la exsuegra levantó a Misael, que pudo regresar al hogar de sus padres, adonde a diario llegaba la exsuegra a animarlo a abrirse a otra ilusión. Solo a la mamá le molestaba la presencia constante de la exsuegra de su hijo, y una noche gritó: ‘No quiero ver más aquí a esa vieja que solo hace ponerte más cobarde'.

Por vez primera en cuarenta años, Elpidio se atrevió a discutirle a su mujer, y estuvieron a punto de irse a los golpes cuando aquella llamó a la exsuegra del hijo para prohibirle que volviera a la casa y, efectivamente, no volvió, pero el nuevo amanecer la sorprendió con la noticia de que Elpidio no estaba en el hogar, se había ido con la exsuegra de Misael, dejando una carta de despedida en la que reiteraba que por nada del mundo le daría la espalda a la felicidad que la vida le prometía en los brazos de la exsuegra de su hijo.

Fue un golpe brutal para la mamá de Misael, y cayó en cama desmoralizada por completo, negándose a comer y a beber. Su voz de trueno, siempre dispuesta a regañar, criticar o destruir, se fue apagando poquito a poco hasta volverse casi infantil e inaudible.

Le tocó al hijo terminar de levantarse ‘a la fuerza' para animarla a ella a seguir la vida, lo que logró a los tres meses, pero solo pudo rescatarla físicamente, porque la mente de su progenitora se perdió en las penumbras del abandono conyugal y cada atardecer se sienta en la terraza, llorando en silencio, con la esperanza de que Elpidio se baje de un bus o de un pirata, y camine hacia la casa con su cartucho de pan. Una vez más la vida nos enseña la veracidad del refrán: Fácil es decirlo, duro es hacerlo.

Ojo: No le preguntes a la persona herida cómo se siente.
 


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