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Curiosidades

El expreso de medianoche

El expreso de medianoche

viernes 20 de septiembre de 2019 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Heriberto quedó atónito de ver a su esposa no en brazos de Morfeo, sino de un tipo feo y enclenque.

A pesar de la modernización de las comunicaciones, y de que todo el mundo presume hoy día de celulares, internet, ‘guasap' y correo electrónico, todavía existen los románticos que escriben cartas de papel (aunque cada vez menos), o la gente que simplemente no puede con la tecnología. De forma que el correo tradicional, a pesar de sus crisis, todavía subsiste. Y tenía que subsistir en aquel barrio humilde donde la gente mayor abundaba y no había muchos sitios de internet (hoy también en crisis). De modo que Heriberto, ser humano enamorado de los usos antiguos, no pensó que su viaje al interior para atender un negocio supondría un problema de comunicación con Dalila, su mujer, sino una oportunidad para reenamorarla por medio de cartas como las de antaño.

También aprovecharía la oportunidad para mandarle un dinerito en el sobre, otro costumbre antigua, pues su repelencia a la tecnología llevaba incluido un desconocimiento o rechazo de los recursos bancarios más seguros, como un cheque de gerencia o certificado, o la utilización de alguna empresa de envío de dinero, ni la transferencia electrónica de fondos (qué fondos o qué cuenta iba a tener Dalila). En fin, Heriberto usó el correo tradicional.

Cada semana, Heriberto enviaba su carta a Dalila. Había un cartero asignado a ese barrio, bastante curioso con el contenido de las cartas y muy poco profesional. Se llamaba Facundo. Llevó ‘Cundo' la primera carta a Dalila y le pareció chica de buen ver, así que le dijo algunas palabras de elogio que a ella le gustaron. Cuando llegó la segunda carta, Cundo reconoció la dirección. La abrió y la leyó. Vio que el hombre decía algunas cosas a su mujer, pero no esperaba respuesta. Y que había un dinero del cual nada decía la carta. Tomó el dinero y siguió halagando a Dalila. También por la carta supo que Heriberto tardaría muchos más días en regresar. Habían surgido complicaciones. Así que Cundo calculó el tiempo que tendría para desarrollar sus planes. Lo que no calculó Cundo fue que Dalila iba a extrañar la platita que Heriberto le enviaba periódicamente, pues eso habían acordado. Ante la demora y su propia necesidad, la mujer decidió enviarle una nota a Heriberto pidiéndole el dinero, de lo que no se enteró Cundo.

Extrañado por la misiva de Dalila, Heriberto decidió hacer un viaje relámpago a la ciudad, sin avisar, para averiguar en el correo, qué pudo haber pasado con su plata. Como es obvio, la escala natural de Heriberto era su propia casa, donde debía descansar aquella noche para dirigirse al correo al siguiente día. Y de noche llegó a la ciudad. Entró a su casa calladamente, pues iba muy cansado y pensó que su esposa estaría acostada. La verdad es que acostada estaba, pero no sola. El marido se extrañó de ver apagadas las luces del corredor que ella siempre dejaba encendidas, y oyó unos susurros y unos ronroneos y unas risitas cómplices. Estaba intrigado, ¿qué sería aquello?

Heriberto quedó atónito de ver a su esposa no en brazos de Morfeo, sino de un tipo feo y enclenque. Ellos no lo habían visto de lo apasionados que estaban. Heriberto sacó su cinturón y le cayó encima a cuerazos a aquel hombre. ‘Ay, ay, me matas', empezó a gritar Cundo ante la azotaína. Ya bien magullado, se levantó en cuanto pudo zafarse, cogió sus zapatos y su ropa como pudo, y en traje de Adán salió a la calle, perseguido por Heriberto con la correa en la mano y gritándole injurias.

Algunos vecinos vieron al cartero huyendo sin ropa y se echaron a reír. Por tratarse de una fuga, y porque el cartero iba corriendo a todo trapo en la noche, ahora cada vez que lo ven venir por el barrio los vecinos, muertos de risa, anuncian: ‘allí viene el expreso de medianoche'. Y Cundo baja la mirada y tiene que aguantar las burlas de todos.

Heriberto quedó atónito de ver a su esposa no en brazos de Morfeo, sino de un tipo feo y enclenque.
 
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