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Ese no va pa'l cielo

Ese no va pa'l cielo
Archivo

Sofía permanecía sentada al lado de la caja mortuoria en un coloquio con el cadáver.

martes 22 de agosto de 2017 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Los presentes ni respiraban para seguir atentos al espectáculo de última hora

En el velorio había rostros llorosos, gente cuchicheando o chateando con sonrisas ajenas al dolor de la viuda Sofía, bandejas de café que iban y venían, y el féretro casi invisible por la cantidad de coronas enviadas por las muchas amistades de Sergio, quien solo tuvo un pecado en su paso por la tierra, el mal de los cachos, mal que sufrió su mujer y las otras que alguna vez aspiraron a que él dejara el hogar y se mudara con ellas, pese a que el difunto siempre les decía ser ferviente seguidor de la frase del célebre Gandhi: ‘No hay que apagar la luz de otro para que brille la nuestra'.

Sofía permanecía sentada al lado de la caja mortuoria en un coloquio con el cadáver; ni siquiera los que estaban más cerca lograban escuchar qué era lo que la mujer le decía al que fue su marido, según las lenguas femeninas de su parentela, el único hombre con el que esta había tenido intimidad; varias, en esos apartes que se dan en todo evento luctuoso, contó que ‘eso era de Sergio desde que aquella era casi una niña, que el difunto había roto el sello en una fiesta del Carnaval y que desde esa vez le prometió matrimonio y que como varón de palabra le cumplió'. Otras añadían que mejor no le hubiera cumplido la palabra, porque habían sido más las desventuras que las dichas. Solo cuando le daban el pésame, la viuda suspendía la conversación con el cuerpo inerte de su marido.

Faltaba casi una hora para sacar el cadáver cuando llegaron los compañeros de trabajo de Sergio, acompañados de la gran Elizabeth, la jefa de recursos humanos de la empresa y muy amiga del muerto y de la viuda. La fila de colaboradores le manifestó las condolencias a Sofía, quien perdió la compostura y empezó a llorar ruidosamente justo cuando le tocaba el turno a la mandamás, quien les hacía cedido el paso a los subalternos para ser ella la última en presentarle, en nombre de todos los altos directivos, ‘el dolor que los embargaba por ese deceso inesperado y hondamente sentido'. Las palabras de la directora aumentaron el dolor de Sofía, quien se le abrazó para hallar fuerzas; el abrazo confundió a Elizabeth, que se quedó callada un rato hasta que se le ocurrió decir, para consolarla: ‘No llore así, Sofía, tranquilícese que su esposo era casi un santo, con todo el mundo se llevaba bien, mire cuántas flores le trajeron, serénese que él irá derechito para el cielo'.

La exjefa del difunto, al notar que la viuda se tranquilizaba, repitió en voz bien alta ‘Sergio, por su don de gente, por no burlarse nunca de nadie, por no criticar nunca a nadie, por no meterle zancadillas a nadie, por eso va para el cielo, allá le tienen su lugarcito, allá en el cielo'. Del grupo que estaba afuera se levantó una mujer gritando ‘ÉL NO VA PA'LCIELO, ÉL NO VA PA'L CIELO, NUNCA LLEGARÁ ALLÁ, Y SI LLEGA NADIE LE ABRIRÁ LA PUERTA, POR MAL PADRE, JAMÁS ME DIO UN REAL PARA NINGUNO DE LOS HIJOS QUE TUVO CONMIGO Y PORQUE SIEMPRE LOS NEGÓ, POR ESO ÉL NO VA PA'L CIELO'.

El silencio fue absoluto. Los presentes ni respiraban para seguir atentos al espectáculo de última hora. Hasta la viuda estaba silenciosa como una tumba. Y se hubiera quedado así si la otra no intenta acercarse al féretro para gritarle cara a cara al muerto ‘Tú no vas para el cielo'. De un manotazo, la doliente se limpió los mocos y las lágrimas y abrió los brazos cubriendo el cajón donde reposaba el cuerpo frío de su marido y le gritó a la otra: ‘Con mi marido no te metas'.

La otra intentó avanzar, pero la viuda la derrumbó de un empujón y del piso la levantaron varias manos que la sacaron a viva fuerza. La mujer salió gritando ‘ese no va pa'l cielo, allá no llega ningún bribón que negó a sus hijos'.

Cruel: Nunca le dio nada a sus hijos. Gandhi: No apagues la luz de otro para que brille la tuya.
 


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