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El zángano

El zángano

domingo 9 de octubre de 2022 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

El Nance, en 1960, era una comunidad de apenas 200 habitantes, por lo que todo lo que sucedía era comidilla en el pueblo.

El Nance, en 1960, era una comunidad de apenas 200 habitantes, por lo que todo lo que sucedía era comidilla en el pueblo.

Como se dice por ahí: pueblo chico, infierno grande.

Sus habitantes eran muy religiosos y devotos de la Candelaria.

Acudían a misa todos los domingos, pero para febrero el pueblo entero festejaba a la Patrona -la virgencita de la Candelaria - y hacían unas fiestas que quedaban a todo dar.

Para las patronales de febrero, llegaba mucha gente al pueblo, procedentes de la capital y de provincias centrales, muchos de ellos familiares de los lugareños, que cada año, aprovechando el verano, las fiestas y los atractivos turísticos del lugar, visitaban a sus parientes.

El pueblo se veía alegre y había mucho movimiento comercial.

Muchos capitalinos se reencontraban con viejos amores, eran relaciones a distancia que solo se consumaban los febreros de cada año.

Pero, en el pueblo, no todos eran felices.

Filiberto era un anciano de 72 años, de quien se comentaba que nunca había tenido novia, mujer de asiento, ni tenido hijos, o sea nunca había tenido sexo.

Y no era porque no le gustaran las mujeres, sino porque no lograba ligar con ninguna.

Las mujeres que lo conocieron de joven murmuraban que no era tan feo en sus años mozos, que el rechazo se debía a que era muy tacaño.

Relataron que en unas patronales, una de ellas le pidió que le comprara carne en palito y él muy tacaño le quitó cuatro pedazos de carne del palillo y le dejó dos.

Y así se comentaban muchas historias de Filiberto.

El rechazo de las mujeres del pueblo lo convirtió en un hombre amargado, lleno de rabia y vengativo.

Pero su coraje empeoró cuando se enteró de que las doñitas que acudían a la iglesia todos los domingos apostaban entre ellas que él era virgen.

El viejo Sebastián, quien de viejo fue sacristán, regó que en varias ocasiones vio a Filiberto ingresar al cementerio pasada la medianoche con una bolsita negra, y en otras ocasiones escuchó ritos ceremoniales y olor azufre.

Algunos le creían la historia, otros no.

Pero lo que sí era cierto es que las mujeres del pueblo comentaban que amanecían estropeadas como si alguien las hubiese abusado físicamente.

Eran mujeres ya de cierta edad, 65 a 70 años, que estaban dedicadas a cuidar a sus nietos.

Un sábado, sentadas en el parque del pueblo, Fermina y Roberta, primas hermanas, se reían con gusto del visitante que todas las noches se les metía en sus camas y las hacía recordar sus encuentros amorosos de juventud.

‘¡Ay prima!, no sé si te pasa lo mismo que a mí. No logro verle la cara, pero siento su respiración; no puedo hacer nada por detenerlo', comentó Fermina; mientras que Roberta decía: ‘¡Ay prima!, ay prima, en verdad, yo no quiero ni que termine de amanecer, ni con mi difunto marido siento lo que me hace sentir este fantasma nocturno, ja,ja,ja'.

Sebastián las observaba de lejos y pensaba en voz alta: ‘Pendejas que son, no saben que el zángano que las soba en las noches es el mismísimo Filiberto'.

Las doñitas seguían burlándose de Filiberto cada vez que lo veían pasar y él las miraba de reojo y dejaba reflejar una sonrisa burlesca.

¿Hasta dónde llega la superstición? En el pueblo El Nance, corrió el rumor de que un zángano estropeaba a las mujeres en las noches y ellas estaban a gusto
 


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