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Curiosidades

El técnico

El técnico

martes 19 de marzo de 2019 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
redaccion@elsiglo.com.pa

Pero esa vez que llegó a la casa de Nayda se le enredaron los cables cuando la sensual gordita fue a entregarle el pago por reparar la refrigeradora y la lavadora

Pedro no era ni feo ni bonito, pero entre las damas se decía que era más feo que bonito, pero que tenía un meneíto sabroso, y todas las que habían caído horizontalmente con él señalaban que una de sus suertes era que sabía hacer de todo, y bien hecho como el más hábil. A esas habilidades debía muchos suspiros logrados cuando fue a una casa a reparar algo y de allí salió sin plata, pero premiado con algún numerito si se dio la oportunidad de coincidir una esposa mal atendida y un esposo ausente, en el trabajo.

El libro de Pedro ya llevaba una lista digna de respeto, allí anotaba el nombre, color de piel, ojos y cabello de todas las bella que se lo habían dado. Y unas letras para indicar el desempeño de ellas en la intimidad, se rumoraba que la que resultaba bien calificada era candidata a recibir una llamada de Pedro para coordinar otro encuentro que no se repetía jamás, porque Pedro no era hombre bruto, y para él, salir más de una vez con una mujer casada era como comprar un seguro para morir apuñalado, estrangulado o baleado.

Pero esa vez que llegó a la casa de Nayda se le enredaron los cables cuando la sensual gordita fue a entregarle el pago por reparar la refrigeradora y la lavadora. La mujer, recién salida del baño, se le presentó en la lavandería solo cubierta por una toalla, con el cabello chorreando agua y le dijo: Tenga, y muchas gracias, y si se me daña, ¿usted vendría de nuevo, mire que yo me pondría muy triste que usted no me diera garantía?

Pedro sonrió con sus maneras tímidas y Nayda, sin un aviso ni sin coqueteos, se soltó la toalla que cayó a los pies del técnico, que intentó recogerla, pero al agacharse, su cabeza rozó las tetas faraónicas de Nayda, que se las restregó sin ningún disimulo, y él no aguantó y se les pegó como hambriento; ahí iban b ien, parados, pero ella se antojó de pasar a la cama, dejándolo preocupado porque en esa actividad a él le gustaba ‘manejarlas' a su antojo, y ahora dudaba de si allá contaría con las habilidades y las destrezas para voltear ese cuerpito robusto, pesado. Le parecía que no le sería fácil pasarla de arriba para abajo o lo contrario, mucho menos levantarla en peso y ponérsela a la altura de la cintura para darle materile.

Tuvo que ceder, porque Nayda tenía esa fantasía de hacerlo con otro en la misma cama conyugal, y se acostó allí totalmente desnuda y se colocó en posición de espera. Ahí le cayó Pedro, que solo pudo darle una ronda, y luego siguió con la clásica, porque el brazo fracturado tres años antes se resintió y tuvo que seguir él en la posición dominante, porque Nayda tenía un aguante en proporción a sus libras y no hacía más que pedir más y más.

Fue en un fugaz respiro que ella oyó el tric de la puerta de hierro y lo alertó: ‘Huye, que llegó el cabrón de mi marido, otro día terminamos este asalto'. Y huyó Pedro con la ropa en la mano, pero ya estaba casi encima el esposo injuriado que intentaba simultáneamente ponerlo a probar el filo y arrebatarle la ropa que el intruso llevaba debajo del brazo.

Le pasó al cornudo lo mismo que al que intenta perseguir a dos conejos al mismo tiempo, y luego se queda sin ninguno: ni lo apuñaló ni le quitó la ropa, Pedro atravesó desnudo e intacto las dos puertas, con sus prendas apretaditas debajo del brazo. Ahí iba cantando victoria cuando lo alcanzó ‘Sultán' y le tiró a morderlo, poniéndolo tan nervioso ante la posibilidad de que sus testículos fueran la cena del canino que la ropa se le cayó y no perdió tiempo agachándose a recogerla.

Tuvo que darle su reloj, que por fortuna no se había quitado, a unos borrachines que calzaban con él y le canjearon el reloj por un pantalón, un suéter y unas chancletas viejas con las que pudo llegar a su hogar.

Al hombre de más saber una sola mujer lo echará a perder.
 


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