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‘Donde pongo el ojo…'

‘Donde pongo el ojo…'

lunes 23 de diciembre de 2019 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
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Jacinto presumía de ser un rompecorazones, un galán irresistible que a todas las rendía con sus piropos y adulaciones. 

Jacinto presumía de ser un rompecorazones, un galán irresistible que a todas las rendía con sus piropos y adulaciones. Mientras conversaba con Isidro en la cantina de don Melchor, este le contaba que él, por lo contrario, era bastante tímido y le costaba establecer una relación, incluso para ‘un trámite pasajero'. ‘Eso no puede seguir así', le instaba Jacinto. ‘Tienes que ser más lanzado, amigo'.

‘Fíjate', insistió Isidro, ‘que en estos momentos hay una muchacha que pasa por mi casa todas las noches. Cuando estoy allí, parado afuera, hace lento su paso y me mira intensamente durante todo el tiempo que pasa. Suspira, se sacude el cabello y me deja delirando por ella'. ‘No puede ser; tienes que aprender a aprovechar las oportunidades', exclamó Jacinto, más enojado que si le hubiera derramado la cerveza encima. ‘Tienes que ser como yo, que donde pongo el ojo, pongo la bala'. Esa expresión era más un decir en boca de Jacinto porque aunque bastante depredador, no había tenido éxito con Hortensia, una chica de pueblo, muy bonita, a la que tiraba los perros desde que la vio pasar la primera vez, pero que ni se inmutaba por él. Jacinto prefería hablar de sus amores cumplidos, pero no decía ni pío de aquella chica cuyo nombre ignoraba, y cuyo caso le parecía una misión en proceso.

Un día Jacinto encontró a Isidro cabizbajo. ‘¿Qué te pasa?' ‘Mi problema es que tengo un ingreso muy irregular, como tú sabes, y en estos tres últimos meses ni me ha alcanzado para pagar el alquiler. Así que me han ordenado irme de la casa. ¡Me echan!' Jacinto lo solucionó: ‘Lo que pasa es que ese alquiler que pagabas es muy caro. Vente a vivir en mi casa, donde hay un cuarto vacío; ahí te puedes acomodar, sé que no tienes muchos chécheres. Puedes usar las áreas comunes de la casa y te cobraré una mensualidad baja'. Isidro lo agradeció mucho y a los dos días ya estaba mudado donde Jacinto.

Ahora que compartían casa, también conversaban más por las noches. Una de esas veladas Jacinto notó a Isidro muy alegre: ‘La chica que me miraba, sabes, oh, qué hermosa está, la he vuelto a ver cerca de mi vieja casa y se animó a hablarme' ‘¿Y tú qué hiciste, zopenco? ¿Suspiraste nada más?' ‘Pues no. Le contesté. Y se animaron las palabras. Muchas palabras. He planeado una cita con ella'. ‘Eso es, tienes que hacer lo que te dije: ya le pusiste el ojo, tienes que ponerle la bala'. ‘Creo que seguiré tu consejo. Mañana en la noche, ¿pudieras llegar más tarde? Voy a verme con ella y quisiera traerla aquí'. ‘Bueno está bien. Pero no te acostumbres a hacer de la casa un push. Por ser mañana la primera vez, acepto. Ja, ja… balacera!' Pero a pesar de su buen humor, Isidro se fue a acostar pensando si la suerte de galán lo había abandonado, pues la linda pueblerina con que soñaba él seguía sin determinarlo.

Al día siguiente, Jacinto llegó tarde, según lo convenido. Oyó rumores, suspiros y besos en la oscuridad de su casa. ‘Caramba, a Isidro le ha ido tan bien que se le pasó el tiempo. Por lo visto no puso una bala, sino todo el cargador'. En la habitación de Isidro había luz y la puerta estaba entreabierta. Jacinto juzgó que las circunstancias lo instaban a fisgonear. Se asomó discretamente por la orilla de la puerta… y apenas tuvo tiempo para regresar a su cuarto y desplomarse en la cama. ¡Jacinto había puesto ojo y balas en Hortensia, la dulce pueblerina que ansiaba Jacinto!

‘Eso no puede seguir así', le instaba Jacinto. ‘Tienes que ser más lanzado, amigo'.
 


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