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Por los días de la guerra

Por los días de la guerra

jueves 14 de noviembre de 2019 - 12:00 a.m.
Redacción El Siglo
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Todo empezó cuando el país chico aún pertenecía al país grande. Estos hombres no eran buenos vecinos. De hecho, se detestaban bastante.

Todo empezó cuando el país chico aún pertenecía al país grande. Estos hombres no eran buenos vecinos. De hecho, se detestaban bastante. Don Temístocles había mandado a empapelar las paredes junto al apartamento donde vivía don Carlos con papeletas del bando liberal. Un abuso, sabiendo que don Carlos era conservador. A don Carlos, por supuesto, no le hizo gracia alguna, pero para devolverle ‘la atención', mandó a pintar las paredes junto a la entrada del apartamento de don Temístocles, obviamente cuando este se encontraba afuera, de color azul, de azul conservador. Tiempo atrás habían sido vecinos muy amables, incluso tuvieron amistad. Pero la política tiene la nefasta condición de emponzoñarlo todo, debido a los intereses que dividen a los seres humanos.

Don Temístocles, de ideas liberales, era federalista. Quería que el país fuese un estado federal como antaño. Don Carlos quería que siguiese siendo una pestaña del país grande. ‘¿A dónde vamos a ir sin su sombra?', exclamaba. Su opinión era que la gente no estaba madura para dar el paso. Don Temístocles, fiel a su pensamiento liberal, quería un gobierno laico, es decir, donde la Iglesia y el Estado estuviesen separados, y consecuentemente, deseaba el matrimonio civil y la enseñanza laica. Don Carlos, por su parte, de pensamiento conservador y creyente fiel, mantenía entre sus principios la necesidad de un gobierno clerical, esto es, apegado a la Iglesia y que reflejase en sus leyes sus tradiciones religiosas. Esto significaba el solo reconocimiento jurídico del matrimonio eclesiástico y que la enseñanza debía ser confesional (es decir, religiosa, apegada a la normatividad de la Iglesia).

Más diferencias había entre los dos. Don Temi era librecambista decidido. ‘El libre comercio es lo mejor para nosotros', afirmaba. ‘Así saldremos adelante'. Don Carlos objetaba: ‘Lo dice porque es comerciante. Si fuera agricultor o ganadero no le gustaría que los productos extranjeros saturasen nuestro mercado, y él se quedase con su producción sin vender, o sin subsidios para sacarla adelante frente a una competencia desleal, o tener que sacrificarla a precios irrisorios porque los productos de afuera son más baratos'. Tal vez la verdad, como a menudo ocurre, estuviera en el medio de los dos. Pero cada vez que discutían estos dos señores eran incapaces de llegar a un acuerdo y una vez estuvieron a punto de irse a las manos.

Como don Temi y don Carlos, así vivía el resto del país en esos años, gruñéndose por diferencias ideológicas y económicas que no podían, no sabían o no querían salvar. Ya en el país grande, por ese mismo motivo, comenzó entonces la guerra civil. Afortunadamente tanto Temi como Carlos no estaban tan locos como para agredirse con arma blanca o de fuego, y prefirieron encerrarse y no dirigirse la palabra. En el país grande los combates aumentaron, cruentos y duros, mientras el país chico observaba y se resistía a entrar en la contienda. Un año después la conflagración llegó al país chico, y fue bastante peor en dureza y derramamiento de sangre. La razón era simple: mientras en el país grande se imponía el gobierno conservador, el chico era bastión del liberalismo y por lo tanto un foco de resistencia que el gobierno central trataba de romper. De hecho, la guerra se prolongó en el país chico un año más que en el país grande, y si vio el final fue por la intervención de un tercer país que forzó un acuerdo de paz.

Un año después de la paz llegó la separación. Y sucedió algo sorprendente pero bueno, en el país chico: liberales y conservadores se pusieron de acuerdo y dieciséis políticos de cada bando integraron una Asamblea Constituyente. Al ver ese ejemplo, de una república que nacía en concordia por el ejemplo de sus mejores hijos, don Temi y don Carlos se volvieron a hablar y se dieron un abrazo fraterno.

A don Carlos, por supuesto, no le hizo gracia alguna, pero para devolverle ‘la atención', mandó a pintar las paredes junto a la entrada del apartamento de don Temístocles, obviamente cuando este se encontraba afuera, de color azul, de azul conservador.
 


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