Curiosidades
‘Rogelio, el de la esquina, es pato'. ‘¿Cómo sabes?' ‘Nunca lo he visto con mujeres'.
Cuando algunas personas conversaban en la acera, ella estaba allí, escuchándolos, detrás de los ornamentales que parapetaban la entrada del edificio. O se asomaba al balcón de uno de los pasillos para espiar a los novios que se besaban en el zaguán. Incluso en la Iglesia, a la que no solía faltar, mientras la gente conversaba en el atrio, a la salida de misa, ella escuchaba con atención mientras fingía leer los avisos pegados en las paredes o miraba a través de las celosías de la mampara. Siempre y en toda circunstancia y lugar en que pudiera hacerse presente para escuchar lo que no había sido dicho para sus oídos ni era de su incumbencia ella estaba, observadora y ‘distraída' a la vez, casi sin ser notada, pero registrando cada detalle, cada palabra, cada emoción, cada lágrima o suspiro, con que los protagonistas de los hechos contasen sus vidas. Así era Cornelia, a la que pronto sus conocidos le pusieron el remoquete de ‘la chismosa'. Pero igualmente la escuchaban con gusto, la gente es así.
‘Fíjate que Susana, la del 12, se divorció'. ‘¿De verdad?' ‘Bueno, eso pienso yo, porque hace mucho que no se ve al marido. Si se hubiera muerto, lo sabríamos'.
‘Rogelio, el de la esquina, es pato'. ‘¿Cómo sabes?' ‘Nunca lo he visto con mujeres'.
‘Carmela, ay Carmela, esa sí es una provocadora. Siempre con esos hot pants modernos tan breves como su mente. Ni siquiera trabaja'. ‘¿Y quién la mantiene?' ‘Dicen que los varios maridos que tiene'.
‘Temístocles. Ah, ese sí es un buen hombre, honrado y trabajador. Es contador. Pero ya lo dice el refrán: 'en casa de herrero, cuchillo de palo'. El hijo le ha salido medio ladronzuelo. Culpa de la madre, seguro, que no lo ha aconductado'.
Claro que nadie bochinchea solo. La misma gente que temía su lengua, la escuchaba complacida cuando hablaba de los demás. Pero Cornelia no se consideraba para nada una mala persona. No señor, ella solamente decía lo que pensaba. Y lo decía a quien quisiera oírla. Y lo decía en voz baja y en voz alta, según.
Cornelia tenía una hija llamada Clemencia. Bonita y estudiosa. Sería una hermosa pareja para cualquiera cuando tuviese más edad. Cornelia deseaba mucho casarla bien. Sin embargo, Clemencia también era enamoradiza, y llegó el día en que la chica empezó a engordar, a tener antojos y a vomitar.
Todavía la madre, con ojos para todos lados, menos para el interior de su casa, no lo había notado.
Aquella mañana, Cornelia se levantó temprano y acudió a la abarrotería, según costumbre. Estaba detrás de unos anaqueles, revisando el precio de algunas mercaderías, cuando de pronto escuchó unas voces familiares, eran unas vecinas. En medio de la conversación una de ellas dijo: ‘¿Te enteraste del último bochinche del barrio?' Cornelia aguzó el oído. Tendría un chisme nuevo que contar.
‘Sin duda, conoces a Cornelia, la chismosa'. ‘¿La que vive en tu edificio? Seguro. ¿Qué pasó con ella?' ‘Con ella no. Con su hija Clemencia. La peláa está encinta y todavía no termina la escuela'. ‘Mija, eso lo hemos visto todos. Ya se le nota la barriguita y yo misma le pregunté. Me dijo que sí, pero que todavía no se lo ha soltado a su mamá. Tendrá que darse prisa porque el vecindario ya lo sabe'.
Cornelia no pudo seguir escuchando. Le dio un soponcio y quedó regada junto al anaquel donde se había agazapado para escuchar. Cuando volvió en sí, servicios paramédicos ya la atendían en su casa, a donde la habían trasladado los vecinos. Ella reconoció al paramédico. Él le dijo: ‘Cuando nos dieron la dirección en el centro médico, pensé que se trataba de su hija, la que está encinta'. Cornelia se volvió a desmayar.