Crónica roja
El cuerpo del asesino tenía una señal extraña en la frente y sus ojos abiertos
Beatriz Miller de Box, profesora de música del colegio Rodolfo Chiari, en la ciudad de Aguadulce, provincia de Coclé, había pedido ayuda a la policía y una vez durmió en el cuartel. Presentía que la iban a matar.
Bety, como la conocían, llegó a Aguadulce desde Bocas del Toro con su primera pareja, un nicaragüense del cual se separó luego de un tiempo y con el cual tuvo cuatro hijos, 20 años antes.
Su contextura delgada hacía un lindo contraste femenino con sus brillosos ojos color oscuro como su piel, fue entonces que conoció a Tomás González Miranda.
Estuvieron juntos poco tiempo, un año antes de morir se había separado de él, era un tipo rudimentario, tosco y adicto al alcohol y a algunas drogas.
Por sus muchas agresiones y constante acoso las autoridades emitieron una orden de alejamiento, pero violó la disposición legal y esto lo llevó un tiempo a prisión, pero salió después de pagar una multa de 700 dólares.
Aquel día Julissa Sánchez, una de sus amigas, recordó que Bety le contó que sentía temor por su vida y estaba desesperada porque su expareja, Tomás González, la iba a matar.
Luego de la cárcel las amenazas no cesaban.
Cierto día, Tomás intentó entrar a la casa de la profesora, ella sabía que estaba armado, esto la motivó a irse a dormir al cuartel de la policía en Aguadulce, en busca de protección y seguridad.
En el salón de clases
A las 7:45 de la mañana del 6 de septiembre de 2007, en el colegio Rodolfo Chiari, en el distrito de Aguadulce, provincia de Coclé, se escuchó un ruido extraño y doloroso para estudiantes y docentes.
Algunos alumnos revelaron que Tomás, antes de matar a Bety, le susurró unas palabras a lo que ella le respondió: ‘eso no es así'.
El frustrado asesino había entrado furtivamente por un hueco en la cerca trasera del gimnasio, caminó hacia el salón de clases. Ella le suplicó que no la matara e intentó quitarle el arma, pero este oprimió dos veces su dedo índice apuntando el arma hacia su exconcubina.
Ella trató de escapar, pero González le propinó dos tiros más. Los estruendosos disparos hicieron un eco errabundo en el pabellón escolar y dentro del salón de la clase de música, ubicado en el gimnasio del plantel. Las detonaciones provenían de un revólver calibre 32 que González había obtenido ilegalmente.
Bety cayó sobre el piso y la sangre corrió por la superficie manchando su ropa e inundando el derredor de la escena, estudiantes y profesores llamaron una ambulancia, aunque la docente se despedía dolorosamente y su voz se apagaba.
Los paramédicos no pudieron hacer nada, había muerto a los pocos minutos luego de recibir los impactos fulminantes.
Tomás huyó del lugar como alma que lleva el diablo. La policía inició su búsqueda sin éxito.
Caminó toda la noche
González se escapó huyendo hacia la playa El Salado, en la madrugada fue visto caminando a orillas de la carretera Panamericana con dirección a Natá de los Caballeros, se detuvo en un restaurante y, posteriormente, llamó a un pariente para indicarle que había matado a Beatriz y que se iba a suicidar.
Parroquianos en un centro comercial de Natá lo vieron en el área, no obstante la policía llegó tarde porque se movió del lugar rápidamente.
Un inspector de la Policía de Tránsito que se dirigía hacia Llano Bonito de Pocrí, descubrió a González, sentado a orillas de la citada carretera muy cerca al río Chico.
El policía fue a inspeccionar y se encontró con González Miranda, sin vida, con un disparo en la sien y su ropa manchada con su propia sangre. Tenía una mancha extraña en la frente.
Su cuerpo fue llevado a la morgue de Aguadulce, nadie lo reclamó, después algunos familiares se hicieron cargo y retiraron su cadáver en silencio, su lápida es un misterio.